Tinta Libre






Acá no termina

   Está todo oscuro, sé que tengo los ojos abiertos pero no logro ver nada. No sé dónde estoy, mi corazón late desesperadamente y siento miedo, no sé por qué. Escucho ruidos de metales y el rechinar de una puerta, empiezan los gritos, mi corazón late más fuerte y el repentino silencio me hace sentir más miedo, quiero gritar pero por temor no puedo, siento golpes, gritos y llanto. No entiendo nada, no sé dónde estoy. Una luz diminuta entra por una pequeña rendija que separa la puerta del piso. Veo las sombras que se mueven alocadamente de un lado al otro de la luz.
   Siento un golpe seco y fuerte, y una voz que dice: “Dale hijo de puta vos no sos piyo”, parece que una persona le pega a otra, no se escucha su voz, sólo su llanto. Parece que le siguen pegando pero no es uno, son muchos, más gritos y más llanto. Pareciera que lo están matando. Sigo escuchando pero ya no escucho. Toco mi rostro, está tibio e hinchado, siento mi sangre y el sudor que me hace arder las heridas. ¿Dónde estoy?
   Recuerdo que íbamos a una reunión con un par de compañeros del colegio. Cuando llegamos, ya habían muchos esperando y discutí hondo sobre varios temas. “Somos estudiantes, somos el futuro y lo único que queremos es el bienestar, la comodidad, ¿cuántos le prestan más atención al frío que al profesor? ¿Cuántos compañeros que tienen una familia humilde se desmayan de hambre y no bajan los brazos por ser alguien y tener algo en la vida?”     
   Después de escuchar estas palabras de un compañero, gritaron todos.
Corrimos al interior de la escuela y encadenamos las puertas. Todo era una locura. Muchos estaban nerviosos, no sabían ni por qué estaban haciendo lo que hacían, otros con las ideas claras dirigían a los distintos grupos. “Lo que hacemos lo hacemos para todos. Si el Gobierno no escucha por las buenas que lo haga por las malas”.
   Un compañero tomó el teléfono y llamó a los medios de comunicación. Les comentó lo que estaba sucediendo. Muchos se querían ir, no querían meterse en problemas, pero había compañeros que no los dejaban porque ya era tarde para bajarse del colectivo. Por la ventana se veía la calle repleta de medios: la tele, la radio, periódicos y revistas. Los compañeros, que eran los voceros del centro estudiantil, manifestaron a los medios las causas de la medida y qué se pedía. Nadie del Ministerio de Educación puso la cara, sólo mandaron a la policía. Estos querían negociar, pero nadie quería hablar con ellos. Todo era un caos. Muchos estaban nerviosos, hasta nos peleábamos entre nosotros. La policía nos pedía que nos retiráramos pacíficamente o sino nos sacarían a la fuerza. “Acá no se mueve nadie hasta que no nos den una solución. Si ustedes quieren sacarnos no va a ser fácil, porque todo esto no es una pelotudez, nosotros les vamos a dar pelea.”
   Querían entrar y sacarnos, empezaron a derribar la puerta. Les costó, pero lo lograron. Nos tiraron con bombas de humo, pero permanecíamos en nuestra posición. Nos defendíamos con todo lo que teníamos a mano, con decir que usamos hasta el asta de la bandera. Con ella incluida parecía como si lucháramos por nuestra patria, por nuestra tierra, por lo que nos pertenece y nos quitan. En realidad, peleábamos por eso, por nuestros derechos. Seguían reprimiendo y nos superaron en armas y estrategias. Ya casi nos tenían reducidos, cuando ayudando un compañero, que estaba todo ensangrentado, sentí un fuerte golpe en la cabeza.
   El lugar está oscuro y frío, no estoy muerto, el susurro de mi llanto me ahoga y mis lágrimas hacen arder mis heridas. Me doy cuenta de la realidad. Grito de impotencia y de ira. No sé qué pasará mañana, pero esto acá no termina.

Angel – compañero estudiante de la UP XV

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