Opinión





   La paranoia es una enfermedad que hace que una persona desconfíe de las demás. Yo a veces pienso que padezco sus síntomas. Trato de evitarlo, créanme, trato de pensar bien, de no elucubrar teorías conspirativas, de creer en la generosidad humana, pero por más que lo intento las más de las veces no tengo éxito.
   Las últimas semanas estuve intentando convencerme de que es verdad que los empresarios del transporte aceptaron “desinteresadamente” ofrecer la gratuidad del boleto para estudiantes y trabajadores de la educación (una medida histórica y digna de festejo, sin dudas) tal como lo expusieron voceros de la cámara que los agrupa y funcionarios municipales, en toda declaración en que les fue posible. 
   El relato (para usar un término que está de moda) de casi todos los actores plantea algo así como que la municipalidad les propuso a los empresarios que acepten la iniciativa a cambio de... nada. Momento. Vamos de nuevo: la municipalidad les propone a los empresarios que participen de un proyecto que les significa un gasto de por lo menos 200 mil pesos mensuales a cambio de nada. De ser cierto, sería un acto de altruismo probablemente inédito dentro de la cultura empresarial. 
   Lo cierto es que todos han repetido una y otra vez que el gobierno (único actor que capitalizará políticamente esta iniciativa) no va a subsidiar a las empresas ni va a otorgar aumentos de tarifas distintos a los que viene otorgando año a año.
   Preguntas paranoicas I. Vamos a intentar pensar como pensaría un empresario. Uno podría decir: Si garantizar la educación pública y gratuita es una obligación del Estado ¿Por qué los empresarios (que representan intereses privados) deberían cargar con el costo de una medida que apunta a garantizar lo que es responsabilidad del gobierno? Pero sobre todo ¿Por qué deberían hacerlo ahora si nunca lo hicieron? ¿O alguna vez los empresarios corrieron con los gastos de alguna iniciativa social estatal? 
   Preguntas paranoicas II. Preguntado sobre si el Estado iba a compensar a los empresarios por esta medida, Juan Antonio Bilbao, gerente de UTE El libertador, respondió que no había propuestas concretas al respecto. Unos minutos más tarde aseguró que el Estado debería de algún modo “acompañar” este esfuerzo empresarial garantizándole su rentabilidad para mantener al transporte como un “negocio atractivo”. Pero se cuidó de no exponer ningún acuerdo de compensación concreta ¿Es muy paranoico sospechar que hay algo que no se nos está diciendo?
   Preguntas paranoicas III. Hasta hace algunos meses podía leerse un cartel ploteado en el interior de los colectivos, donde los empresarios se quejaban del “gasto” que les significaba subsidiar con tarifas con franquicia a los boletos estudiantiles y docentes. En el cartel, firmado por las empresas, se detallaba el número de jóvenes y trabajadores beneficiarios de esta tarifa diferenciada y se preguntaba a los que leían el mensaje: “Adivine quién financia este beneficio?”. La auto-respuesta era: “Sí, adivinó: las empresas”. ¿Quienes denunciaban esto, son los mismos que ahora aceptaron sin chistar aumentar el beneficio hasta la gratuidad total? 
   No más preguntas. Parece difícil aceptar que no hubo un acuerdo “off the record” entre la municipalidad y las empresas, para que no sean estas últimas las que financien este proyecto que ya entró en vigencia. 
   Un paranoico ya podría arriesgar que la retribución por este altruismo empresarial tarde o temprano llegará. Sea con un incremento de los subsidios, con algunas “ayudas” que los empresarios reclaman, como la necesidad de flexibilizar la exigencia de renovación de los vehículos o su mantenimiento periódico, o sencillamente desviando este “gasto” a los usuarios que abonan la tarifa plana, mediante un aumento más importante aún que el pautado anualmente en cada temporada. 
   Como sea, sólo el tiempo dirá si esto, que se presenta como generosidad empresaria y eficacia de la gestión municipal, es efectivamente así o si aparecerá alguna sorpresa que nos explique en el futuro que no todo era lo que parecía. 
   Para ser honesto, uno preferiría estar equivocado a recibir, en unos meses, la noticia que confirme que nuestra sospecha, esta vez, no era parte de un delirio paranoico.

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