Relatos del caminante




   Hola compañeros, amigos, desconocidos, aquí estamos de nuevo. No nos tragó Colombia, no nos secuestró ninguna brigada extremista ni caímos en las fauces de narcotráfico o de las autodefensas; sólo estuvimos en parajes aislados, con escasa comunicación con el exterior. El viaje nos arrastró y recién ahora podemos volver al relato. Está lloviendo, pero detrás de la lluvia no viene el frío. Para nosotros la lluvia siempre significa frío en aquel lugar donde vivimos, al sur del continente, mirando de frente a los vientos del sudeste y recibiendo a las corrientes oceánicas antárticas. Aquí, en el Caribe colombiano, la lluvia está presente todo el año y más ahora que está comenzando la estación húmeda, que durará todo noviembre y diciembre, y durante la cual lloverá el 50% de la precipitación anual. La lluvia aquí viene acompañada de los gozosos vientos Alisios, que viajan en dirección noreste-sudoeste, cargados de humedad, de tibieza y de buenas auras.
   Estamos en un bar dentro del Parque Nacional Tayrona, detrás nuestro la selva más espesa se trepa a las laderas de la Sierra Nevada de Santa Marta. No hay luz natural. Un generador provee de electricidad entre las 7 de la tarde y las 10 de la noche. Estamos en el paradero de los hermanos Bermúdez, árabes colombianos, de pocas palabras, huraños. Los lugareños se acercan cada noche a ver la televisión. A las 8 de la noche la “La Voz Colombia”, a las 9 de la noche, todos atentos siguen a “Escobar, patrón del mal”, serie que cautiva al país contando la historia del jefe del legendario cartel de Medellín, hombre mitológico sobre el cual se cuentan muchas historias y que supo tener en jaque al estado colombiano durante más de una década. Luego de la serie, la luz se apaga, todos nos colgamos de nuestras hamacas para dormir y los animales recuperan su territorio: mosquitos, jejenes y zancudos que resisten todos los repelentes; cangrejos gigantes que salen del mar y los arroyos y se pasean por tierra firme; millones de hormigas coloradas que construyen avenidas de ida y vuelta; lagartijas y lagartos que flanquean los senderos y se escabullen entre las ramas a medida que avanzan los caminantes; sapos de diferentes tipos y tonos; monos saltarines y trepadores; pájaros blancos, negros y de colores; mariposas que celebran la selva; culebras invisibles, arañas de película; y demás no humanos, verdaderos dueños de la jungla.

Cruzando puertas

   Hace un par de semanas estábamos dejando el Ecuador. Luego de pasar por Quito y cumplir con algunas obligaciones seguimos hacia el norte, pasando por los dos últimos departamentos del país, Imbabura y Carchi. Entre montañas majestuosas y valles fértiles fuimos despidiéndonos, agradecidos por todo lo brindado, listos para descubrir nuevas tierras.
   Al cruzar una frontera, se pasa de un tipo de formación social y espacial a otra, subordinada a otro Estado, poseedora de otra historia nacional, nucleada a otro sistema económico central y con otra conformación demográfica. En algunos casos, este corte es más abrupto, por ejemplo cuando la lengua no es coincidente, cuando se profesan religiones diferentes o cuando los grupos que los habitan son antagonistas étnicos; en otros casos, como ocurre en casi toda América Latina, la transición suele ser gradual debido a las similitudes religiosas y culturales. En Colombia, por ejemplo, la influencia de los pueblos andinos incaicos se manifiesta con fuerzas en los primeros departamentos del sur del país. De esta forma, uno no siente que dejó el trinomio Bolivia-Perú-Ecuador sino hasta llegar al departamento del Cauca, a más de 6 horas de la frontera. El cruce más seguro y rápido desde Ecuador es el ubicado sobre la sierra, el cual conecta directo, vía panamericana, a Quito con Bogotá a través del paso fronterizo de Tulcán-Ipiales. En este cruce es mucho más concurrida la aduana Ecuatoriana a manos de migrantes colombianos que van y vienen al Ecuador (se calcula en un millón a los colombianos residentes en el Ecuador). Mientras estábamos esperando para sellar la salida de Ecuador, un arbolito (cambista de divisa callejero) acusaba a un colombiano de la fila que estaba intentando entrar a Ecuador, de haberle dado un billete falso de 100 dólares, a lo que éste respondía que estaba loco, que él había mirado el billete y comprobado que era verdadero, que se había ido y vuelto con el billete falso de otro lado y que no le devolvería la plata. Finalmente, el acusado junto con otro que lo acompañaba y dos grandes bolsos fueron sacados de la fila por la Interpol para ser requisados. Horas más tarde estaban en la terminal de Ipiales esperando para tomar un bus, aún con los bolsos, sin los 100 falsos y devueltos para casa. El viaje entre Ipiales y Cali dura 10 horas pero recomiendan no hacerlo de noche ya que en la zona antes de llegar a Popayán han sido asaltados muchos buses últimamente. Las empresas más importantes, sin embargo, tienen un convenio con la policía para que los custodien mientras viajan encaravanados. Y así fue como viajamos, toda una noche por un camino de montaña con demasiadas curvas, custodiados por las fuerzas de seguridad de Santos, volcadas en forma masiva a la calle desde la gestión Uribe. Ya nos dedicaremos a la política colombiana en los próximos relatos, por ahora sigamos con aspectos más folclóricos y pintorescos de nuestros primeros pasos por el país.

La capital de la salsa

   Cali (oficialmente, Santiago de Cali), capital del departamento de Valle del Cauca, es la tercera ciudad más poblada del país, después de Bogotá y Medellín y es el principal centro urbano, cultural, económico, industrial y agrario del suroccidente colombiano. La fundación de Santiago de Cali data del año 1536 a manos del conquistador Sebastián de Belalcázar, sólo tres años después de la fundación de Cartagena de Indias (1533). Existe en Cali un alto porcentaje de población afro-colombiana, aproximadamente un 26%, lo que la hace una de las urbes latinoamericanas con mayor población de raza negra. La influencia afro-colombiana en la cultura caleña es evidente en los aspectos musicales, por ejemplo, la ciudad es reconocida por ser la capital de la Salsa en América Latina junto con San Juan de Puerto Rico.
   De acuerdo con la Consultoría para los Derechos Humanos (Codhes), en el período 1999-2005 llegaron a Cali más de 55.000 personas como resultado de desplazamientos. Esto hace que se observe mucha gente en las calles. Marginados, con pocas ropas, muchos ebrios, durmiendo en el suelo, ignorados por el resto. Observamos lo mismo en Cartagena, lo mismo en Santa Marta. Existiría un intrínseco proceso de desplazamiento en la sociedad Colombiana, del país a países extranjeros, del campo a las ciudades, de la legalidad a la ilegalidad y a las adicciones, del los barrios a las calles, de la vida armada a la vida civil. El retroceso de la guerra interna va dejando en las principales ciudades a miles de desocupados con entrenamiento militar. El paramilitarismo va mutando hacia la formación de bandas armadas que cometen delitos comunes a través de redes de crimen organizado. Esos procesos son palpables en las calles céntricas de Cali.

El hombre que hablaba con los pájaros

   Cali cuenta con un barrio antiguo, adoquinado, que se eleva sobre una loma que flanquea al centro. Es el mítico San Antonio, desde el cual se ve una perfecta fotografía de la urbe y del extenso Valle del Cauca de más de 35km de ancho. Aquí, en la plaza de San Antonio, apreciamos algo curioso. Mientras nos íbamos yendo, un joven de unos 16 años estaba subido a un árbol e imitaba el sonido de un pájaro dando una nota estruendosa y muy similar a la del ave la cual le contestaba desde la distancia. A cada contestación el joven respondía en forma más estruendosa y mientras nos alejábamos de la plaza, seguíamos escuchando los graznidos del muchacho, los cuales nos acompañaron durante varias cuadras hasta perderse, persistentes, a la distancia.
   Y llegamos a Cartagena de Indias en un abrir y cerrar de ojos.

La reina del Caribe, la madre de los esclavos

   Cartagena de Indias, ubicada a 10º 25' 30" de latitud norte es la capital del departamento de Bolívar y es el segundo centro urbano e industrial en importancia de la Costa Caribe colombiana luego de Barranquilla. A partir de su fundación en el siglo XVI y durante toda la época colonial española, Cartagena de Indias fue uno de los puertos más importantes de América y la principal vía de entrada de los esclavos que ingresaban al continente desde África para trabajar en las plantaciones tropicales americanas. De esta época procede la mayor parte de su patrimonio artístico y cultural. Cartagena es tan importante puerto debido a que jamás es tocada por huracanes que sí afectan a otras capitales caribeñas como La Habana, Santo Domingo, Cancún, Kingston y San Juan de Puerto Rico.

La vida que te mereces

   En Cartagena y en otros lugares de la Costa existen los masajes playeros. Un ejército de mujeres mulatas y negras caminan por la playa con un baldecito con crema y otro con agua de mar y ofrecen masajes. Primero detectan a quién, se acercan y de repente le agarran una mano y se la empiezan a masajear y le dicen: “Sólo una muestra, un masajito con la negra, estás estresado, trabajas mucho, relájate, es la vida que te mereces” y así siguen, luego por el hombro y allí en general se acerca el momento en el cual arreglan el precio. El que quiere seguir, arregla la tarifa por pies y piernas, manos, cuerpo completo, etc. Otro ejemplo curioso: un mulato que vende aceite de coco, es bien moreno y les dice a las turistas del interior de Colombia, que quieren ser morenas como las costeñas: “Mamita, quieres estar morena, yo te pongo morena en media hora, con este aceitito de coco, garantizado”. Y allí las tira al suelo y les pasa aceite por las piernas y por las nalgas, masajeando bien todo. Gorditas, flaquitas, jóvenes, maduras, todo con amor para vender la botellita.

“En Colombia todo se consigue”

   Colombia se destaca por su café, lo cual hace que el vendedor callejero de café sea un personaje importante, que está en todas las plazas, que además vende cigarros y dulces y consigue lo que sea necesario. En general quien trabaja en la calle en el Caribe, se involucra en otro tipo de negocios que generen dinero extra, incluido el tráfico de sustancias, la venta de turismo, el negocio inmobiliario y hotelero, la prostitución, entre otros. Otros viven de su arte como las bandas que tocan en la playa para los turistas o en las calles de Cartagena. Un día, mientras departíamos con un grupo de extranjeros, a un turista americano que había tomado demasiada aguardiente se le antojó que una de estas bandas tocara para nosotros. Le advirtieron que debía pagar a lo que dijo que no le importaba. Llamaron a la banda y ésta empezó a tocar “Quizas Quizas”, la cantamos, el gringo ni la conocía. Luego empezaron con un ballenato, lo bailamos, el gringo no entendía. De pronto uno de los músicos sacó una tarjeta plastificada que decía las tarifas de la banda, regulada por alguna asociación secreta de artistas callejeros. Los dos temas ya costaban 40.000 pesos colombianos (22 dólares). El gringo, que casi se largó a llorar, suspendió a la orquesta la cual quería seguir tocando para completar un combo de tres canciones por 50.000 colombianos. La banda se fue, caminando lento, contando su plática.
   Y así nos vamos despidiendo por ahora, mientras miramos el mar y pensamos en la frase acuñada por el Estado colombiano en función de incrementar la afluencia turística menguada por las épocas de violencia: “Colombia, el único riesgo es que te quieras quedar”. Amén.

Hasta la próxima amigos y gracias por su compañía.

Viva, libre y pura América Latina.

Su cronista

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