Opinión



“No estoy solo,
 puedo salir a comprar”
Divididos

“Va escribiendo su evangelio
en los tickets de Carrefour”
Patricio Rey

   Muchas veces se habla de la cultura neoliberal para hacer referencia alas sociedades de consumo.El consumismo como propuesta de vida del mundo capitalista tiene al dinero como símbolo central, y su realidad constante y sonante ha calado tan hondo en las personas y en las sociedades, que prácticamente puede remplazar cualquier otra cosa. Su lógica, por lo tanto, también cumple esta misma función de remplazar las demás lógicas de funcionamiento de prácticamente todos los niveles de la vida.
   Se puede decir que este discurso publicitario se ha vuelto la voz oficial, el sentido común imperante acerca de los valores y de las vivencias de la gente. En este mismo orden, la juventud ocupa un lugar central para las estrategias de marketing, que cada día definen más y mejor  a los sujetos específicos para el acto de consumo. Así, sintetizan las preocupaciones de los adolescentes(los mismos que tomaron más de treinta colegios durante varios días en reclamo por una mejor educación) que deberían ser, según el mercado, cambiar un celular viejo por uno nuevo, eliminar los granos de su cara, alcanzar la libertad dentro de un 0km, ola blancura de sus dientes. Deberían vivir el sabor del encuentro, sentir de verdad, porque es simple, es claro, siempre Coca Cola, cada persona es un mundo separado de los demás. El caso de las mujeres es otro: para ellas los electrodomésticos, la cocina, la limpieza de la casa, siempre libre, el cuidado de los hijos, su piel, su pelo, sus manos, sus arrugas, sus toallitas aladas, sus inseguridades al intentar caber en un paradigma social todavía mucho más angosto que el de los hombres.Incluso hasta los más chicos también tienen poder de consumo, si vienen acompañados de una buena familia (es decir, una familia con poderadquisitivo): los juegos de mesa, las armas de juguete, también los celulares, y la playstation;y para ellas las muñecas,las casitas o las oficinitas, elegir ser una ama de casa bajo el dominio de su marido o una mujer moderna bajo el dominio de su patrón, con cantidad de accesorios ilustrativos y didácticos, que pueden comprarse con mucha facilidad, incluso a través de internet.
   Si internet se estableció como un nuevo actor en las últimas décadas, y es un gran hilo conductor de esta voz oficial que establece los criterios para mostrar qué se puede consumir, qué no, y con cuánta frecuencia e intensidad, para los sectores pobres de nuestro país, para la barriada, sigue siendo todavía la televisión esa mensajera de los valores y los estereotipos que la sociedad propone. O mejor, que se proponen para la sociedad. Esto no significa pensar en un ente abstracto, maligno, homogéneo, que aplica sus ideas secretamente sobre una población sumisa que consume y hace lo que le dicta la pauta publicitaria, sino más bien en grandes grupos de poder, con una fuerte concentración económica, que aunque no comparten sus acciones, sí comparten algunas necesidades y algunos criterios sobre cómo debe ser la vida de las personas para hacer un mejor negocio. Que el sabor del encuentro tenga gusto a cerveza es una buena noticia para Quilmes, pero también para las demás empresas, e incluso, para todos aquellos a quienes les va bien construyendo bajo el sol de este paradigma. Paradigma que incluye a todas las personas, también a las clases altas, a los dueños de la tierra y de los medios de comunicación, a los banqueros, los ultramillonarios, los nenes de oro.
   Aquellos que no son funcionales quedan a la deriva, dependiendo de la suerte o la buena voluntad de algún gobierno de turno. Los pobres, los viejos, los locos, los que no encuentran qué consumir, o mueren en el intento. Por eso el sistema de salud es uno de los ítems que ha permanecido intocable (incluso a pesar de la nueva ley de salud mental), con un ministro muy poco o nada mencionado en los medios, y un horizonte estratégico muy similar al de gobiernos como el de Menem y Duhalde. El negocio de los psicofármacos y la producción de medicamentos vía laboratorios privados es tan preocupante como hegemónico. Y el caso del Borda muy ilustrativo.
   Por supuesto, esta otra parte de la sociedad que se ha quedado a oscuras, la que no puede consumir ni el mímino indispensable, no ya para entrar en las categorías de cliente preferencial sino para administrar la propia subsistencia con cierto nivel de dignidad, también participa de ese mismo sentido de las cosas, a sabiendas de su situación desfavorable, y sin estrategias de mejoramiento que se contrapongan a la lógica dominante. Porque lo que se construyedurante años de dominación cultural es la aceptación de un modelo que sirva “para todos”. Por eso mismo, el consumo como lógica para pensar nuestra vida tiene claros límites, y el 19 y 20 de diciembre del 2001 ha sido un ejemplo.
   El tanto tienes tanto vales sigue siendo parte de la cultura dominante en nuestro país, donde supuestamente el neoliberalismo se batió en retirada. Pero apenas ha perdido una batalla, y resiste en el corazón del imperio, que no cesa en su idea de aplicar estas políticas: los países periféricos del primer mundo son hoy quienes más sienten el efecto. Es que las construcciones culturales de las sociedades llevan mucho tiempo en instalarse y también en marcharse, más allá del modelo económico o los discursos que se vociferen. Por eso, el rechazo a este tipo de propuestas de vida (que no son otra cosa que visiones generales sobre el mundo) debe estar acompañado necesariamente por una propuesta de superación de esas estructuras que se cuestionan. Para lograrlo, es necesario romper con la fragmentación que favorece el ultrajesobre los más vulnerados por el sistema. Ultraje que no es casual, sino más bien la apuesta positiva de este modelo cultural, la solución al problema de la marginalidad (marginalidad en el sentido más amplio) que no encontrará más caminos que la superación de las lógicas imperantesa través de un ejercicio de reagrupamiento y reflexión crítica de toda la sociedad(o la decadencia y la dominación). La búsqueda de esas herramientas que permitan llevar adelante la tarea de construir nuevos valores deberá resolver si sus límites van por dentro de los aparatos estalales institucionales, o si contará con la autonomía suficiente para superar incluso las debilidades de los gobiernos, e intentar llamarse pueblo.

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