Cultura Plebeya




"Con la sonrisa de pibe, con el brazo guerrillero y el corazón de arrabal,
la zurdita endemoniada y el martillo en el garguero, cada día te quiero más
no hace falta más que entrecerrar los ojos para verte gambetear".

-La Guardia Hereje-


   La madrugada se apresura con adrenalina. La sensación de proximidad con el partido seca la garganta. El olor a chori y el grito pelado que alienta al equipo amado son esperados con ansiedad durante una semana. Las manos transpiran por el calor o por los nervios, a esa altura no se sabe. El sol comienza a salir prologando las horas que faltan para que llegue al poniente, para que el silbido del referí indique que la fiesta comienza. Suenan los bombos, las trompetas. Olor a porro, a sudor y a comida a la parrilla. Esta tarde tenemos que ganar, esta tarde tenemos que ganar. Los trapos y las banderas. Los colores del equipo se llevan en la piel. Dame un campeonato que cierre mi herida, amado club de mi vida. La popular se llena de colores, de fiesta, de canto, de pasión y carnaval. El barrio esperando el domingo en la cancha, el sábado o el viernes, de local o visitante. Los viajes atravesando la capital, el conurbano, la provincia o el país. La banda viajera que con el sonido del bombo y la espuma del fernet, banca en todos lados. El fútbol es la droga que se le pide a dios que nunca falte. Los pibes de la cabeza yendo a todos lados de carnaval. Familias enteras al ritmo de una pasión que dura 90 minutos a la semana. El ritual de la caravana hacia la cancha. El humo del faso se mezcla con las lágrimas que provoca la pasión. Que salga el equipo y todo el año es carnaval. La pedaleada hasta la cancha. Ir a la cancha caminando, o en bondi. Los canas rabiosos, mirando la muchedumbre. Los bárbaros abanderados de su escudo inmortal transpiran el olor de una batalla, que se resuelve entre 22 con una pelota que hacen delirar a miles y miles, desde el lugar de la batalla, hasta miles de kilómetros de distancia, donde suena una radio y el sufrir, el vivir de un partido agitado bandea los humores de los hinchas de la euforia del triunfo hasta la depresión desesperante del corazón aplastado, cuando el equipo es arrasado y el arco doblegado, dios quiera acompañarnos este domingo, la cábala en el calzoncillo, que no se pierda. Pegajosa la estampita, transpirada por los huevos, ¡¡¡¡Ohhhh nosotros alentamos!!!! ¡¡¡¡Ohhhh pongan huevo que ganamos!!!! Lo ganamos desde la hinchada, lo ganamos desde la tribuna, ustedes jugando y nosotros alentando. La cábala pegadita, la estampa en el calzoncillo, la remera que viajó a todos lados y por nada se olvida, la campera nueva que fue a Rosario cuando el equipo ganó ya no se deja por nada del mundo, se lleva a los partidos que siguen. El fernet con coca se transforma en cóctel de cuatro litros, mezclado con cubitos que tratan de calmar la fiebre que despierta la pasión futbolera. El equipo rival camina en patrullero, es amigo de la yuta, va a la cancha en celular. La mística futbolera hecha color, rivalidades que a veces visten sangre. Corridas y folclore. La policía es el enemigo que viste de azul. El azul y su lancha marchan junto al rival. El que no salta es un botón. Se pide a grito pelado que la hinchada no deje de alentar. Las luces de un pueblo que despide adrenalina a multitudes. La cana te para, te cachea, te boludea. Le tienen miedo al pibe de barrio que va a la cancha a romperse el alma alentando, buscando olvidar el alma rota por jornadas de trabajo. El pesito para la birra, la búsqueda del liyo para armar un porro que busca llenar de humo la pasión por el balón pie. Los pibes y los cuerpos sudados marcados por el tatuaje, la insignia del color que se ama. Entre camisetas y tatuajes aparece uno vestido de “tragedia”, sobre para el comisario, sobre para el Jefe de la Barra. Cada uno bancando su parada, mas de uno tiene un negocio en esta hinchada, los traidores se huelen, el olfato de perro, que busca a su presa, entra el trapo con todos de la cabeza, en el bolso del “Momia” marchan los fierros, hoy cobran los de Boedo, los pillos quisieron tomar el poder de la Barra y de esa no se vuelve, acá no pisan mas, la poli tiene su sobre y cada uno sabe cuándo actuar, se dan vuelta y allá van, con pasión de patovica les empiezan a dar y el flaco chiquito tira: pum pum. Cayó el gil. Ahora que pase un mes y todo vuelve a la normalidad. La normalidad de la cotidianeidad. La normalidad de todos los días esperando el fin de semana para que el equipo salga a la cancha. La adrenalina se siente de nuevo. El olor a perro. El olor a faso. El chori sonriendo grasa. Las entradas que se agotan, las colas interminables, las discusiones por el club. Socios, hinchas, simpatizantes, preguntando por el futuro. La cancha se llena sin que se juegue. La cancha se llena dos veces el mismo día. Se defienden de remates los colores que se visten de pies a cabeza. Los dirigentes corruptos que se van con un tamborazo en el napio, la defensa de la institución que se ama cuando la Argentina se moría. La lluvia contra Perú y D10S ahí en el banco, dirigiendo a la Selección, qué manera de disimular lágrimas con gotas. Si hasta el Papa se cayó del asiento con el gol de Martín. La película de Palermo. El fútbol es eso. Pasión de multitudes, sentimiento irracional. Un tinto más adentro, que se termina un gran domingo, es fiesta como cuando volvió el Viejo. Pasión y maravilla, las lágrimas que ahogan el pecho. Las patadas y raspones se dejan en el campo de juego. La banda descontrolada no para de cantar, el cartón no deja de rolar, de la cabeza se alienta al equipo. 90 minutos de pasión y tensión. Sólo te pido que dejes todo. Jugadores, sientan la camiseta, que a nosotros se nos retuercen los nervios, nuestro ánimo es una montaña rusa, baja y sube desbocada. Vamos jugadores, sólo les pido que dejen todo, que no aflojen, que corran hasta la ultima pelota, que el domingo se vuelve híbrido si vuelvo a casa con una derrota más. ¡Vamos che! que la fiebre del cartón de tinto marea por un rato, como la pasión que despiertan estos colores, pero en un rato esto se termina y si llega la derrota son demasiado siete días. El séptimo día dios creó al fútbol. No hay dudas, ese viejo de barba al toque fue a la cancha. Se hizo hincha del club, tatuaje en el pecho, caminando de la mano con su pibe y su compañera, los sanguchitos y la bebida, la familia y los pibes de la cabeza. Misa pagana, pasión popular, fiesta y carnaval. Sólo se le pide a dios que la cancha no falte, que venga un campeonato que cierre la pena. Vamos, vamos la banda, vamos que no se afloja, que el partido se termina y la pena es enorme. La pelea por la punta, la pelea por estar prendido del torneo, la pelea por salir del fondo de la tabla, la pelea por escaparle al descenso. Vamos, vamos los pibes, que esta tarde tenemos que ganar. Dejen todo que nosotros alentamos, que si llega el pitazo final y la garganta no estalla en gol la pena llega y se queda una semana, hasta el próximo domingo, sábado, o viernes. ¡Vamos jugadores! que si la red no se estiró de un zapatazo, las manos transpiran de preocupación y el oído se pone en el partido del eterno rival, para ver si su derrota se convierte en alegría. Aunque sea la alegría viene desde allí. Fútbol. Pasión y maravilla. Olor a chori y carnaval, murga y rocanrol. Violencia y poder. Política y barras. Calles y caravanas. Pueblo transpirando pasiones, pasión con color y calor. Señores lo dejo todo me voy a ver al fútbol. La misa ritual empieza con un silbido y veintidós tipos en un juego que despierta nervios, pasión de multitudes. Una hinchada a puro cántico, pidiendo que el título añorado llegue. Una hinchada que se come el partido a mordiscones, a grito pelado, pelando hasta los codos, colgados del paravalancha, los brazos se desapegan de los cuerpos con tal de que el agite llegue lejos, bien lejos. Vamos el fútbol carajo, que mañana es lunes y la madrugada me dice que me faltan siete días para volverte a ver. Señores, señoras, lo dejo todo. Todo lo demás no es nada. Cada hinchada tiene un trip en el bocho, es difícil que se pongan de acuerdo, salvo cuando juega la celeste y blanca. Treinta millones de negros transpirando una camiseta. Para verte gambetear. El pueblo se llena de color, ni aunque falten televisores, el fútbol se quiere cada día más. Cada lágrima es el precio que se paga por ver los colores en la cancha, colores que se llevan en la piel, tatuados, estampados. El martillo en el garguero, esperando para estallar, para rugir en un grito hasta quedar afónico. Que la pelota rompa la red, que el gol se grite hasta la médula. En el barrio se juntan los pibes a gambetear. Los pibes siempre ahí. En el potrero, en el barro, en el barrio, sacándole brillo a la pelota, las pisadas, los tacos, las rabonas, son los juguetes de la calle. El barrio y el fútbol, los pibes y la cancha que fanatiza almas de todos los colores. Los pibes siempre están ahí, no te dejan de alentar, que salga el fútbol que todo el año es carnaval, que el viaje nos lleve hasta la locura inexplicable de la pasión futbolera. La cancha te quema, pero quizás te cura, como los fideos de la vieja del domingo al mediodía, para que por la tarde el carnaval se apodere del pueblo, para que el país sea un puño apretado bien fuerte, esperando la jugada de todos los tiempos. El barrilete cósmico despega, vuela, hace delirar, agradeciendo lágrimas, sufriendo alegrías, ansiando el gol, la corrida memorable, millones de argentinos transpirando una remera. La pelota en el fondo de la red, el delirio se hace carnaval y el fútbol nos dice que disfrutemos, que cada día lo querramos más. 











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