Cultura Plebeya








Maten a esa mugre de las calles, esa falla del sistema.
Maten a ese niño sucio, esa escoria humana, esa carne deformada por el frío.
Escupan, peguen, lastimen, no detengan los golpes hasta ver la sangre que nos robó.

“Monologo del Justiciero” de Marabunta Cultura.


La tierra seca del barrio de Ludueña pide agua a gritos. Los vecinos piden comida. La barriada más pobre de Rosario está cagada de hambre. Años de miseria y represión. 2001, odisea espacial. La batidora y el televisor ya no dan de comer. El cuento del viaje a la estratósfera ya no pega. En realidad a los más pobres de nuestro pueblo, a los marginados y olvidados nunca les importó, nunca entendieron de qué se trataba eso. La gente sale a la calle a decir que se vayan todos, que no se aguanta más. Los barrios populares de toda la Argentina salen a la calle. Se busca comida. El pueblo tiene hambre. La necesidad de comer. Tiempos egoístas y mezquinos. El pueblo castigado por años de mentiras y engaños. Represión y cárcel. En los barrios más humildes de todo el país, la fuerza que da no tener nada, haberlo perdido todo, la idea de dar la vida por el prójimo, de sentir en el otro un hermano que si sufre hay que sufrir con él, daba fuerza para seguir. Construyendo comedores populares, grupos de jóvenes, murgas y cine social, talleres de apoyo escolar y ollas populares. En los barrios siempre se lucha y se resiste. En el 900 y en el 2000 también.

Una bicicleta alada viajaba recorriendo los barrios más pobres de Rosario y el Gran Rosario. Recorriendo la pobreza, sintiéndola en carne propia, comprendiéndola para luchar contra ella. Dar todo por el prójimo, entregarse al que menos tiene, el trabajador que dona su sueldo para que los pibes coman en el barrio o para que se arme la murga. Un cristiano revolucionario recorriendo en bicicleta el futuro de su barrio, el futuro de su vida. La opción por los pobres. La imagen del Cristo revolucionario que no se calla y pide por los pobres, por los pibes que están jugados, quemados, limados. Los pibes que la pobreza llevó a las drogas, a la delincuencia, a estar en cana o muertos por la bala policial. Esa bala que siempre alcanza a los que luchan cuando el sistema estalla en mil pedazos y no se sabe qué va a pasar. El Cristo obrero, el que deja todo por los pobres, el que va de rancho en rancho preguntando por el prójimo. El que estudió en el seminario pero que no lo terminó para no someterse a la voluntad de una institución represiva y corrupta y seguir optando por los pobres, por la capilla humilde de la villa. El Cristo rey contra el Cristo revolucionario. Sentir en lo más hondo cualquier injusticia. Un poco de suerte para el pobre. El hombre joven, que llega de tierras entrerrianas a una Rosario castigada, mientras de fondo se escuchan las felices pascuas y en el barrio todavía se huele a proceso de reorganización nacional. El cristiano revolucionario haciendo trabajo de hormiga, hormiguita. Armando la marabunta, juntando a los pibes y enseñándoles que se puede de otra manera, que hay que luchar, como luchó Cristo. Que no hay que resignarse ni callarse, que se puede salir adelante. Que hay que estudiar, generar trabajo y luchar contra las situaciones adversas, pensando en el otro, en el que tengo al lado como un hermano, como sangre de mi sangre. Trabajo de hormiga, con los pibes, los adultos, las mujeres, con todo el barrio, cocinando, jugando al futbol en la canchita de al lado del comedor, publicando revistas juveniles, llevando a la murga a una presentación, pateando y curtiendo con los jóvenes de Ludueña, castigados y estigmatizados por toda una ciudad.
2001, odisea espacial. Los perros de casa salieron a los barrios a matar, con carta blanca. Matando a vecinos que ya estaban muertos, pero de hambre. En la puerta de algún supermercado o en alguna plaza, en una estación o en la puerta de la municipalidad, en una diagonal o en una calle de tierra. Balas, goma, plomo, gas que asfixia. Del otro lado el pueblo, hombres, mujeres, luchando por recuperar la dignidad, el trabajo, el plato de comida en la mesa de todos los días. Del otro lado el Pocho, Claudio, el ángel de la bicicleta, Claudio Lepratti, pidiendo que no tiren que en el comedor de la escuela 756 del barrio Las Flores, solo había pibes comiendo. No tiren perros, no tiren hijos de puta, que en la escuela comen los pibes que le esquivan a la muerte y la miseria. No tiren perros cobardes, que en la escuela se construye un mundo mejor dándole pelea a la miseria y a las balas. No tiren perros cagones, que van a matar a un Cristo pobre, a un profesor de filosofía, militante sindical, despedido, desocupado, seminarista salesiano, trabajador de comedores escolares, coordinador de grupos de jóvenes que pelean por dignidad. No tiren hijos de puta que van a matar al Ángel de la Bicicleta, a la hormiguita trabajadora que solo piensa en el prójimo, a la hormiguita que dio todo por los pobres. No tiren cobardes, que sus balas callan gritos, pero no pueden ocultar verdades. No tiren hijos de puta que el pueblo tiene hambre, no tiren hijos de puta que solo hay pibes comiendo. El grito desgarrador de Pocho se confunde con el estruendo del ítacazo de la policía rosarina. Milicos cobardes matando a un luchador popular, a un militante social, a un cristiano rebelde que no se callaba por nada, que luchaba para que los pobres sean dignos y salgan de su condición, luchando, peleando, estudiando, generando trabajo. No tiren milicos de mierda, que el pueblo lo único que quiere es ser digno, luchar por el futuro. Trabajo y dignidad. La bala asesina de la policía parte el pecho de Pocho que cae tendido sobre el techo de aquella escuela que lo veía andar por sus pasillos buscando una salida a la situación de su barrio pobre y marginal. El sol calienta las chapas de aquel techo que hervía la sangre derramada de Pocho aquel 19 de diciembre de 2001. Llantos, gritos ahogados. Se nos muere el Ángel de la bicicleta, derramando su sangre desde los techos, para regarla por todo un barrio que lo llora, lo grita, lo extraña, lo necesita. Pochormiga. Un intento por destruir un trabajo social que no se cayo, que no paro de luchar. Las hormigas que Pocho ayudo a luchar, siguen luchando, continuando con su ejemplo, estudiando, trabajando, siendo solidarios con el prójimo.
Las hormigas mueren juntas, entre todas se hermanan para pelear contra cualquier enemigo, por mas grande que sea, la unión y la fuerza colectiva las hace ser fuertes, invencibles. La colonia de hormigas es como el barrio nuestro. Hombres y mujeres, cascoteando a la policía, todos juntos, como la marabunta que le da pelea a un enemigo poderoso y con armas letales. Los vecinos de un barrio humilde que colectivamente defienden a sus pibes de las garras de los perros policías. El legado de Pocho como bandera para la lucha de los más humildes, la sangre de Pocho regando los barrios marginales, llevando la palabra del Cristo rebelde, la opción por los pobres. De rancho a rancho. De villa a villa. La sangre derramada fecunda la tierra y florece en jóvenes militantes que siguen recorriendo los barrios de nuestro pueblo, luchando por su futuro, pedaleando, con la carga al hombro como la hormiga. Allí andará pocho también, alumbrando con su sonrisa la cara de miles de pibes que buscan un futuro en los barrios mas castigados por años de dictadura y neoliberalismo. Pocho allí, acá, en todos lados, el ángel de la bicicleta que se hizo canción, que se hizo mito, barro y pueblo. El cristiano rebelde, el entrerriano trabajador que dio todo por los pobres, incluyendo su vida. Pocho desde el techo de su escuela que nos grita que no aflojemos, que no bajemos los brazos.

Pocho era el Taller de Alas de Colibríes que canta Silvio, era un horno de pan, era el principito, era un despertador, un multiplicador de panes y guisos, un santo, era como Cristo, como el Che, un amigo, un hermano, un compañero, el compañero, era como un padre, era el mate cocido calentito para el alma, el espejo para ver todo lo que nos falta comprometernos, un quijote en bicicleta que no perdía el tiempo con los molinos de viento, era el cheff guisero de la solidaridad y la cebolla, era el puente, el durazno y el país de Benedetti, las tres cosas juntas, era la chata que te levanta en la ruta, era el bandoneón de Pichuco –Piazzolla- Juárez, era todo eso y no se fue: lo fueron, lo mataron, lo fusilaron, lo crucificaron como al otro flaco que nunca anduvo en bicicleta, los mismos de siempre, los mismos que asesinaron, torturaron y desaparecieron a toda una generación de hormigas.*

*Por Gustavo Martínez Secretario de Organización - ATE Santa Fe

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