Crónica

Relatos de un caminante
Capítulo Nº 4: Unas velas y un volcán. Del baño de mar al baño termal









Aquí estamos de nuevo compañeros, amigos, desconocidos, curiosos. Regresamos a nuestro relato desde una cabaña de madera situada en las primeras carreras de la Amazonía ecuatoriana, donde la Sierra se pierde por el oriente en sus últimas estribaciones ostentando sólo 500 metros de altitud y dando lugar a una selva generosa, espesa y profunda que se extiende hacia el mar, abarcando una extensa cuenca que drena al Atlántico a través del Río Amazonas. Hace calor y llueve y nuestros recuerdos nos remontan a pasajes pasados de esta aventura, al tiempo que pensamos en todo lo que aún tenemos por delante.



Las tierras bajas del Pacífico




Esta historia comienza hace poco más de diez días en la región Litoral del Ecuador. El país Ecuador está constituido por cuatro regiones: el Litoral o Costa, la Sierra, la Amazonía y la insular región de Galápagos. La Costa se encuentra en el occidente del país, concentra el 50% de la población (7 millones) y está conformada por las 7 provincias ubicadas, de sur a norte, entre la cordillera y el Océano Pacifico. La región puede ser dividida en dos partes desde el punto de vista climático y fitogeográfico (tipos de vegetación), presentando un clima tropical con estación seca al sur, con bosques tropicales secos que pierden sus hojas en la estación árida, y un clima tropical húmedo al norte con bosques tropicales húmedos de hojas perennes. En el sector sur, la perseverante corriente fría de Humboldt alcanza el litoral entre los meses de junio y octubre generando alta nubosidad, sequías y temperaturas muy moderadas para la latitud ecuatorial en que se encuentra.

En casi todo el país las lluvias son más intensas entre noviembre y mayo (invierno) y menos intensas entre junio y octubre (verano). Lo curioso de la Costa es que durante el lluvioso invierno (diciembre-marzo) hace calor y ahora, en un gris y seco septiembre, a decir de los costeños, “hace frío porque estamos en verano”.
Se considera en el Ecuador que los costeños son abiertos, efusivos y buenos bailarines, en oposición a los serranos, quienes tienden a ser más reservados y con círculos sociales más íntimos y reducidos. Los costeños proyectan un estilo de vida hacia el exterior, son abiertos, están afuera, juegan cartas, escuchan música fuerte y de ritmo frenético, se visten ligero y hablan con acento similar al caribeño, modulando efusivamente. La Costa es nuestro primer escenario.


Si la Montaña no va a Mahoma




Montañita, ubicada en la provincia de Santa Elena, en el sector sur de la Costa, a 140km de Guayaquil, creció significativamente en las últimas dos décadas de la mano de los campeonatos de surf, siendo hoy un destino obligado de los viajeros que buscan diversión y excesos en el marco de una actividad nocturna intensa. Si bien no era nuestro caso, por allí pasamos para ver aquellas olas y aquellas playas que pusieron al lugar en el mapa turístico mundial. Lo que encontramos, además del bello entorno natural, fueron bares, restaurantes, discos y boutiques interpuestos con el paisaje original. Es decir, un territorio y una forma de uso del mismo sobre el cual se distinguen entremezclados los rasgos de la organización original del espacio y el abismo actual plagado de empresarios foráneos (muchos de ellos argentinos) y estilos constructivos y modos de organización ajenos al lugar. Al mismo tiempo los locales se van adaptando a la nueva dinámica económica y generan negocios orientados al nuevo turismo, como por ejemplo una calle de 300 metros sobre la cual se extiende una batería de puestos de tragos regenteados por Montañitenses.

El día que arribamos a Montañita una señora de la comunidad había muerto. La misma fue velada en un local de la vía principal. Los habitantes trajeron sillas de sus casas y ocuparon la calle y las veredas entre vendedores de artesanías y turistas que pasaban. La ceremonia duró dos días e incluyó mujeres llorando inconteniblemente, una colecta para la familia de la difunta difundida a viva voz por altoparlantes, y un desfile por el pueblo ida y vuelta con el cajón dando su último rodeo al son de una banda de trompetas ejecutadas por vecinos. Otro día, a través del mismo altoparlante, que es la forma en la cual se dan las noticias en el pueblo, se anunció que estaban circulando dólares falsos, que si alguien sospechaba diera parte a la policía y que sino, ya que algunos no confiaban en la policía, que diera parte a algún miembro de la comunidad para que ésta se encargara de hacer justicia.


El oro de los manabitas




Unos 50km más al norte, ya en la provincia de Manabí, se encuentra la ciudad de Puerto López, la cual (al igual que sus vecinas Salango y Machalila) presenta una bahía natural de excelente aptitud portuaria que ha dado abrigo a embarcaciones desde hace casi 5000 años. En esta zona se desarrollaron desde el año 3500 aC las primeras comunidades de buzos y navegantes del continente, encarnadas en la cultura Valdivia, la cual fue mutando de nombres a lo largo de su historia consolidándose entre los años 500 y 1500 dC con el nombre de cultura Manabita. Desde tiempos remotos los buzos de la zona arrancaban del fondo del mar, sin ayuda de tanques de oxígeno, valiosos moluscos como la Ostra Dentada (Spondylus Princeps) y la Concha Perla (Pinctada Masatlántica). Para los antiguos pueblos andinos el “mullu” (Spondylus) de apariencia escarlata, tenía un gran valor por su uso ceremonial y ornamental. Los incas llegaron a llamarlo el “oro rojo”. Pablo Neruda en su poema “Molusca gongorina” describió a esta bella ostra: “Saqué del mar, abriendo las arenas, la ostra erizada de coral sangriento, Spondylus, cerrando en sus mitades la luz de su tesoro sumergido, cofre envuelto en agujas escarlatas, o nieve con espinas agresoras”. Quien conquistaba la tenencia del Spondylus obtenía riqueza, ya que era por entonces este molusco, moneda de cambio más valiosa que el oro. La navegación en balsas veleras se desarrolló desde las primeras etapas en las culturas de Manabí aprovechando la abundancia del palo de balsa y el cultivo de algodón. Este factor hizo que los argonautas manabitas monopolizaran el transporte marítimo en el Pacífico americano, mientras dominaban el mercado del Spondylus, circunstancia que los dotó de un gran poderío y que les permitió resistir los embates del imperio incaico y desarrollar una cultura que aún persiste en nuestros días.



Baño de lava




Desde Puerto López viramos rotundamente hacia el este, alejándonos del mar con el fin de atravesar la sierra para penetrar en las llanuras del oriente. En nuestro camino atravesamos la ciudad de Porto Viejo, capital de Manabí, para desde allí tomar un bus nocturno que por caminos serpenteantes ascendió a la sierra, para llegar a los 2500 msnm de la capital del estado de Tungurahua, la ciudad de Ambato. Este destino es poco frecuentado por el turismo, factor que permite apreciar en estado puro una ciudad serrana de ritmo lento, capital de la industria de la indumentaria del Ecuador, la cual cuenta con un bonito parque a 3000 msnm desde el cual se observan los tres volcanes principales del país, el Chimborazo, el Cotopaxi y el Tungurahua.

Un poco más al este, a 1500 msnm y a la vera del Tungurahua, se encuentra uno de los principales sitios turísticos del Ecuador, el cantón de Baños de Agua Santa; pequeño poblado ubicado en el límite oriental de la sierra, famoso por sus aguas termales, por sus ríos turbulentos para el rafting, por sus cascadas y por sus vistas del activo volcán que flanquea al pueblo.
La cercanía con el Tungurahua determinó que durante la última gran erupción de 1999 la población debiera abandonar el sitio durante más de tres meses. Hacia el mes de octubre de aquel año, el Tungurahua (Quichua Tungur (Garganta), Rauray (Ardor): Ardor en la garganta) comenzó un proceso de erupciones estrombolianas, es decir, que empezó a lanzar piroclastos (fragmentos sólidos) al aire con emisiones de ceniza que alcanzaban los dos kilómetros de altitud. Este hecho determinó que las autoridades debieran declarar la alerta roja y evacuar a los 25 mil habitantes de Baños, los cuales fueron alojados en diversos centros de refugiados en distintas ciudades de la región. Muchos no querían abandonar el pueblo pero debieron hacerlo de todos modos. Sólo quedaron en el sitio tres curas amotinados en su iglesia durante los tres meses de alerta. El volcán no menguó en sus erupciones sino hasta fines de aquel 1999. Las autoridades, sin embargo, no autorizaban el regreso de los habitantes, quienes habían dejado sus viviendas, sus trabajos, sus comercios y empezaban a pasar penurias en los centros de refugiados. El 31 de diciembre, 3 mil de los 25 mil habitantes evacuados regresaron sin autorización señalando que no tenían dónde vivir y que el volcán Tungurahua ya no era un peligro. El ejército y la policía los dispersó en los accesos a Baños, con disparos de goma y de plomo. En los días siguientes, unas 500 personas lograron entrar por la zona rural burlando la vigilancia. Desde ese momento, los militares fueron obligados a abandonar la ciudad, la cual quedó bajo el cuidado de las agrupaciones civiles “Hermandad Baneña” y “Los Ojos del Volcán”. Fuertemente armados, pero advertidos de evitar cualquier enfrentamiento con la población civil, cientos de militares cerraron todos los caminos que conducían a Baños. El 5 de enero de 2000, sin embargo, cerca de 3000 baneños lograron ingresar a la ciudad después de un intenso y accidentado peregrinaje de más de cinco horas. El contingente de 400 militares que custodiaba la vía Ambato-Baños-Puyo fue superado por la impresionante manifestación la cual fue reprimida con gases y ráfagas de fusil arrojando como saldo un muerto y 11 heridos. Ante la fuerza de los manifestantes, liderados por el presidente de Hermandad Baneña, Fabián Vieira, el coronel Proaño, uno de los jefes militares que custodiaban Baños, fue invitado a unirse a la caravana y lo hizo. La columna fue recibida por el repique de las campanas de la Basílica de Baños y por los saludos que emitían sus coterráneos por medio de Radio La Voz del Santuario, cuyas instalaciones habían sido tomadas por Hermandad Baneña. Finalmente, se suscribió un acta de compromiso de 14 puntos en la que tanto el Gobierno como los habitantes de Baños, representados por Hermandad Baneña y otras organizaciones, se comprometían a cumplir condiciones específicas haciéndose responsables los habitantes de los peligros de regresar a sus hogares. El volcán tuvo nuevas erupciones en la década siguiente, pero nunca de la magnitud de aquel fatídico 1999. Los baneños recuerdan aquel momento de sus vidas como una tragedia y un trauma. Muchos nunca regresaron a Baños.
Y así nos vamos yendo amiguitos.
Mientras la lluvia tropical repica incontenible sobre el techo de chapa y el verdor de la selva se hace más intenso nos despedimos hasta una nueva entrega de esta historia.


Disculpad errores pero el viaje no da tiempos.



Hasta la próxima entrega y gracias por su compañía.



Viva, libre y pura América Latina.



Su cronista.

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