Cultura Plebeya








Mil veces he tratado de olvidar y busco distraer mi pobre vida, quisiera demostrar que no es verdad que en vez de corazón tengo una herida, mas ya no tengo fuerza para ahogar el lúgubre fantasma de mi pena, y sigo esclava así de mi condena, sin poderlo remediar.

Lida Melba Benavídez Tabarez





   El mareo provoca asfixia. La sangre se concentra en la cabeza y no se puede respirar. Los sacudones de la embarcación llevan de aquí para allá. El navío lúgubre deja marcas en la piel. El frió y el hastió dejan la carne helada. Cruzar el océano en barco. Llevar de un lugar a otro. Atrapar con garras sedientas de poder y ambición, trasplantando hermanos de una tierra a otra, como si fueran árboles. Llevar en barco a cientos de personas de un lugar a otro. De un continente a otro. El brazo opresor del blanco pegándole al negro, pobre, analfabeto, muerto de hambre. El mareo sigue asfixiando. El pobre negro, la pobre negra. Negros y negras pobres. África sangra, duele, se desgarra. Sus hijos llevados como ganado de aquí para allá, presas de la ambición del cerdo blanco, del yugo imperialista y opresor. La deriva de una nación, de un pueblo entero, sojuzgado, sometido, arrancado de su tierra y llevado a la muerte, a la esclavitud. El mareo sacude, asfixia, eleva la presión y la cabeza parece que fuera a estallar. Un pueblo nacido de la tierra, llevado durante meses en monstruos con velas a tierras frías. La opresión, el castigo y la muerte esperan del otro lado del charco a miles y miles de negros de todos los países de África. Canción de redención. Canción de libertad. Todo lo que queda es escuchar esa canción, ese ritmo, ese canto que dice que el negro ha sido traído a estas tierras injustamente, a sufrir, a morir, dejando hasta su última gota de sangre y de sudor en manos del vil hombre blanco. Sufrir, redimirse, pero dejando su dignidad en pie. El canto se apodera del lugar, el bamboleo del navío se ameniza con la paz de los cantos afro. Meses de traslado de un lugar a otro, con la banda de sonido de la dignidad de un pueblo sumiso pero guerrero, que deja su canto pegado en las paredes de madera de la embarcación que los trae a la salvajemente diezmada América ¿Cómo cantar a dios en tierra extraña? Pisar tierra extraña, fría, lejana, sin poder cantarle a la calidez de una tierra que se llora, que se añora, que se necesita y se desea.  El canto se hace dignidad, el llanto se convierte en melodía, los tambores suenan al ritmo del negro expulsado de su tierra, llevado de su tierra. Los parches y los cueros son el llanto de un pueblo que baila alrededor de un fuego que cicatriza las heridas, provocadas por el blanco opresor. Las mujeres, los hombres, los niños, todos bailan, cantan, ríen, lloran. El dolor se vuelve canción, grito, baile, percusión. Los cueros se estiran al crujir del fuego. Entran a sonar las lonjas. Empieza a sonar candombe. La milonga y el tango. La música de un pueblo pobre arrancado de sus tierras se convierte en el canto de cientos de hombres y mujeres de un continente poblado de esclavos negros. Sólo la muerte calla el grito de un pueblo que quiere curar sus heridas. Dejar de ser esclavos. Canción de pena y alegría. Voces que se desgarran por la libertad de un pueblo añorado. Generaciones nacidas en los barcos. Padres y madres con niños que después fueron padres y madres, para que sus hijos vuelvan a ser padres y madres y así construir una historia de un pueblo afro-latino-americano, con alegría, candombe y carnaval, orgullosamente negro, orgullosamente mestizo, orgullosamente criollo. La tragedia de vivir con pena, con una mueca sombría, se convierte en canto, en candombe, en tango y milongón. Danzando al son de la cuerda de tambores. Suena el piano y el chico, el repique sacude la sangre. Latinoamérica sueña con el sueño de sus hijos que pelean por verla libre, dando lo más bello y noble de generaciones y generaciones, que con fuerzas buscan ahogar las fuerzas que se oponen a los deseos de dignidad de hombres y mujeres. La barriada pobre y humilde baila alrededor del candombe, en el Uruguay, en la calle Durazno, en la Habana y en el Paraguay. El valsecito en el Perú. En una plaza de la Argentina, en Brasil, en el carnaval. Murgas, tangos y candombes. La música de un pueblo negro que convierte su dolor en grito, en garganta apretada que llora melodías, que hace transpirar parches y lonjas, tambores y bandoneones. Tango, que en un ocaso amarillo ha visto bailar a un pueblo que sacude las patas mientras la sangre le corre de pies a cabezas encendido por las danzas del paso del tiempo. 




   América Latina. Uruguay. Departamento de Durazno. El barrio se reúne alrededor del recreo, prendiendo el fuego para calentar la lonja, se la pasan de candombe, el candombe federal, bailando y cantando, animados por sus compases, ritmo seductor y tentador.  Los niños y las niñas bailan alrededor del candombe y el rito milonguero. Barrios humildes que delatan la pobreza. Los niños y niñas se crían entre tambores y percusión. La perla negra del tango, La dama del Candombe, una niñita recién nacida en el seno de una familia afro-descendiente, que desde la cuna escucha el beso embriagador del candombe, la sangre negra que pide murga y milonga. La niña Lidia Benavídez da sus primeros pasos al ritmo del piano, escuchando el canto de una familia humilde que viene trayendo quejas como un viejo violín desde lo más profundo del Uruguay negro. Oyendo la voz del instrumento de una familia pobre que se traslada a Montevideo, al barrio Sur. Barrio Sur, donde Lágrima Ríos, de niñita nomás, conocerá al Zorzal que deambulaba por los pasillos de un conventillo uruguayo buscando a un músico perdido. Año 1928. Los parches no dejan de sonar. Nunca dejarán de sonar. Las manos flojitas por tocar. Flojitas de tanto tocar. La madre empleada doméstica. El padre jornalero. La familia en Montevideo que ve los pasos de Lágrima, convertida en la reina de los recreos, cantando al ritmo de los tambores de antepasados negros.  




   Lágrima Ríos, noble esencia del canto mestizo y negro en la música latinoamericana. Canta tangos, candombes, valses peruanos, milongas y boleros. La perla negra del tango. Mujer, negra, pobre. Madre soltera. La primera mujer negra en cantar el tango. Luchadora incansable por los derechos de su más profundo pueblo negro. Una vida marcada por la desigualdad. Luchando desde el Mundo Afro por los derechos de su más amado pueblo. El canto convertido en defensa propia, en identidad, en historia, en añoranza por un pueblo que dejó su sangre en ese canto que recorre un continente. Un canto que recorre el mundo, de escenario en escenario, llevando el canto del pueblo negro de América por todo el Uruguay, Argentina, Francia, España y demás países de Europa. La vida es alegre, no se me queden sin candombear, nos repite Lágrima desde sus canciones inmortalizadas en decenas de discos y grabaciones, compartiendo escenarios con Alberto Mastra, Aníbal Troilo, Roberto Goyeneche, Roberto Rufino y Héctor Mauré. Componiendo pobres melodías, que recorrían el canto de un pueblo que hablaba de penas y dolores. Grabando discos, conformando grupos vocales, tríos, conjuntos, participando en carnavales y en festivales por el mundo, en los cuales la impronta negra era llevada por la voz inconfundible de Lágrima. Brindis de sala, Añoranzas Negras, Miscelánea Negra, son algunos de los grupos que conformó a lo largo de su vida artística, grabando decena de discos y recorriendo el mundo y todos los carnavales del Uruguay. Militante de la música. Militante de la negritud. Militante de un pueblo que luchó, lucha y seguirá luchando por su libertad e igualdad. El Mundo Afro por el cual luchó y dejó su vida como en la música, hoy se siente un poco más triste desde su partida. Pero ella pediría que no se acabe la alegría, que nos quedemos bien cerquita, que el calor del candombe y el repique del tambor nos caliente la sangre, que no nos impedirá la muerte que la veamos siquiera una vez más.

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