Tinta Libre





Señales de Dios
                                                
         Todo comenzó un día antes del tormento. Me encontraba tranquilo en mi casa, perdido en mis pensamientos, es que acababa de salir del infierno, el torbellino que tenía en mi vida me estaba llevando a tomar una decisión de qué camino debía tomar.
   Ese infierno sí que te deja mucha angustia, te arruina la vida, te deja sin nada. Debe ser por eso que en el lunfardo le llaman tumba, porque vivís y caminas sin vida, hasta te parece que ya no hay futuro.
   En qué estaba… ah si, ese día salí de mi casa, me tomé el colectivo a lo de doña Mirta. Una señora gordita y simpática a la que iba a visitar casi todos los días porque tenía la yerba más rica de toda la ciudad. Salí de ahí armándome un lindo cigarro al que le dí unos besos antes de tomar el colectivo de regreso a mi casa. Ahí arriba volvieron todos esos pensamientos que me tenían tan enroscado, el colectivo pasó de largo dejándome al final del recorrido, en el puerto de mi ciudad. Me fui caminando por la escollera sur que tiene como dos kilómetros de largo y al final un Cristo. Quizás tan enorme como el de Río de Janeiro, aunque no lo sé porque no lo conozco. Me senté a sus pies y me puse a ver el mar: veía cómo las olas rompían contra las piedras, escuchaba ese ruido que hacen las gotas al salpicar por todos lados, que es parecido al que hace una botella de gaseosa al abrirse.
   Me armé otro de esos y seguí pensando, es que mi vida había dado un vuelco enorme, ya no era la misma persona que hace un año atrás, ahora tenía que ser más responsable porque había sido padre y todo era diferente, sentía que tenía algo en la vida y era ese fruto que me dio un amor que no fue.
   Comencé el camino de regreso buscando una bajada hacia la playa, porque quería pensar mojando mis pies a la orilla del mar. Me detuve para prender un cigarrillo y me puse a fumar mientras miraba hacia el horizonte, veía todo vacío, sin vida, me sentía igual que el horizonte. De pronto me acordé de una palabra que me dijo un viejo, me acuerdo que es un pasaje que se encuentra en la biblia, creo que está en Jeremías:18, y decía: “Como vasija de barro que se deshace en manos del alfarero, así son ustedes en mis manos, porque cuando una vasija se echa a perder en manos del alfarero ésta es hecha nueva”. Y seguí pensando sin saber a dónde me querían llevar mis pensamientos. Observé cómo la insignificante figura de un barco que se aparecía a lo lejos del horizonte cambiaba ese contraste que me pareció tan vacío.
   Fue en ese momento que se me cayeron las lágrimas de los ojos, no sé si por el viento o se me metió arena, pero miré al cielo y en la arena escribí “heme aquí Señor, soy yo” y  abajo escribí mi nombre. Ya había decidido el camino que tenía que tomar.
   Al otro día, cuando el amanecer se presentó gris, me volví a ver en el infierno pero me acordé de la decisión que había tomado, y me arrepiento de haberme olvidado.
   En la vida no sólo hay que vivir el presente y planificar el futuro, también hay que recordar el pasado.


Angel.




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