Opinión





Balada triste de trompeta 
por un pasado que murió, 
y que llora, y que gime, 
cómo llora.

Raphael 


Durante las jornadas de diciembre de 2001, las cacerolas representaron un lugar importante como expresión de resistencia al plan de ajuste liderado por Fernando de la Rúa, con las políticas concretas de Domingo Cavallo. Esas cacerolas simbolizaron el hambre del pueblo (mientras los gobernantes y las transnacionales enriquecían sus arcas o huían en helicóptero), bajo el signo de la unidad popular, porque el pueblo entero fue condenado al hambre y la pobreza, y los piqueteros junto a la clase media entonaban “piquete y cacerola la lucha es una sola”. Aunque duró más bien poco tiempo.
Los sectores más pobres, los marginales, los desocupados, ocuparon con el kirchnerismo un lugar más digno: muchos se encontraron con el trabajo precarizado, las cooperativas truchas, y el llamado trabajo golondrina. Además, la asignación universal por hijo, un derecho recuperado gracias a la movilización popular, y en particular al gobierno actual, amplió el número de niños pobres escolarizados y el nivel de ingreso familiar, y por lo tanto, de consumo. Junto a esto, se construyeron nuevos planes de vivienda, aunque hasta el día de hoy son todavía miles de familias las  que no cuentan con un techo digno, a la espera de que el pragmatismo político no descanse en el argumento “es el gobierno que más planes de vivienda hizo en los últimos años”. Mientras tanto, la clase media recuperó mejores salarios, elevó notablemente su consumo,mejoró la posibilidad de obtener créditos con intereses más bajos, la esperanza de la casa propia, y una capacidad de consumo mayor (a pesar de la inflación) que los últimos gobiernos democráticos, para no hablar de la última dictadura militar. Avances muy significativos si se mira de reojo lo más reciente de nuestra historia.
Las lecturas de aquellas jornadas del 2001, que dejaron decenas de muertos por la policía, fue prácticamente abandonada por todos. Para el gobierno y la clase media en general, se trató de un momento de crisis y caos nacional al que jamás se debería haber llegado. Para las organizaciones de izquierda fue,en una teoría que resuena paranoide, un momento previo a la revolución que vino a trastocar el kirchnerismo, digitando todo como una especie de dios que con sus oscuras intenciones acalló la voluntad del pueblo. El movimiento piquetero se desintegró velozmente sin encontrar estrategias adecuadas para subsistir en un mapa político muy distinto a los precedentes.
Pero la cacerola esquivó esos debates complejos, y como el topo de la revolución, actuó de manera subterránea. El hambre se convirtió entonces en algo distinto. Con el gobierno de Duhalde, fueron los ahorristas quienes convocaron a los medios con sus ruidosas cacerolas para reclamar sus dólares. Y sellaron el nuevo destino del nunca bien ponderado artefacto de cocción.
Durante el conflicto que se denominó Campo vs. Gobierno, ocurrió también algo curioso: las medidas de corte de ruta implementadas por los movimientos piqueteros contra el mal gobierno de Carlos Menem, se tradujeron ahora en el método de protesta de la oligarquía y la sociedad rural. En lugar de gomas quemadas, utilizaban sus camionetas último modelo para cortar el tránsito y exigir que no se apliquen las retenciones a sus extraordinarias ganancias. Esta gente tampoco sufría el hambre, hecho que manifestaban arrojando enormes cantidades de leche al costado de la ruta. En esos momentos, una porción de la clase media decidió salir con sus automóviles a la calle tocando bocina, mostrando una bandera de Argentina o un cartelito que expresaba “Estoy con el campo”.
Así de difícil resulta encapsular a la clase media en una categoría que sirva como elemento de análisis en bloque, porque en su interior se pueden ubicar a los obreros especializados de salarios superiores a los de un docente, los músicos, los profesionales en general, los que votan a Macri porque odian a los pobres, los que votan a Cristina, y también al Partido Obrero. Como se ve, la construcción de esta “clase” puede ser bastante arbitraria. Pero sí es posible señalar que los sectores de esta clase que tienen un mayor grado de ingresos y están atravesados fuertemente por la cultura liberal de los años noventa (aquellos que insistieron en la relección del riojano) expresan un profundo odio de clase, en el sentido más estricto: sus expresiones no son puntualmente anti kirchneristas, sino más bien anti negros. Por eso, su discurso enfrenta a la pobreza al mejor estilo Micky Vainilla: baja de la edad de imputabilidad, mayor “seguridad” (lo que significa también apoyar a los policías imputados por casos de gatillo fácil), que los pibes no entren por una puerta y salgan por la otra, basta de asignaciones familiares, etc.
Con respecto al gobierno, sus reclamos toman los rumbos necesarios para retornar a las políticas neoliberales: no seamos como Cuba o Venezuela, libertad de mercado para comprar dólares, suprimir retenciones a los sectores más poderosos, extraer dinero desde el exterior, aunque no se oirán críticas al ingreso de la Barrick Gold, al agronegocio, ni al monopolio de Telefónica. Su disputa no es con los poderosos, su disputa es con los pobres, y en especial la juventud. Y en un gobierno que intenta reparar a los sectores históricamente más golpeados, el odio se condensa, se confunde, y toma un matiz peligroso y sin rumbos claros.
Como lo describe con una prosa incomparablemente joven Martín García: La Juventud tiene sus enemigos. Los viejos vinagres,esas viejas conchudas que pasean con perritos de 10cm por las plazas céntricas,que se tiran litros de spray en el pelo para que le quede inflado y no sé qué carajo buscan ocultar porque la cara de culo sucio no se les va ni con todo el maquillaje de sus botiquines. Los viejos pelados con cara de pito muerto,que les sale la lecherabiosa por la boca cuando ven a un pendejo que le toca el culo a su novia. La ven como una putita a la piba que se calza los pantalones y le levanta el orto que es una verdadera belleza. Seguro se fuman un porro y en la bucólica locura de la bobera van a ir a comprar un chocolate, excitándose con risas de la pavada y toqueteos tanteadores de la mercadería que llevan en sus cuerpos. El Joven,piensan con asco esos viejos viejas, seguro están pensando en robar,porque son rebeldes sin causa,no como antes claro... el antes de mierda, el antes de tu cinturón en las tetillas y los huevos atragantados. Antes, el pasado que no va a volver,y que se escapa de las manos de los que vivieron el juego de la bolita como la revolución del pensamiento humano. Una pelotudez. Si los años van a ir pasando y el antes siempre va a ser uno nuevo. Tu antes es mucho más antes que el antes de ahora en un rato.

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