Acción Jurídica




   Cuando uno analiza las consecuencias que dejó el neoliberalismo en la realidad de nuestro país, se puede ver que es el movimiento obrero uno de los sectores que más lo ha padecido. La represión de sus cuadros más combativos ejercida en los primeros años de la dictadura preparó el terreno para la terrible ofensiva neoliberal que se iba a consolidar en los años ´90 con los gobiernos menemistas. Así, salvo por ciertas resistencias aisladas, nuestro país sufrió en silencio el cierre de numerosos centros industriales y el desguace casi absoluto del Estado producto de la feroz ola de privatizaciones, dejando como resultado un profundo estado de marginalidad social y desempleo estructural.
El esquema productivo en el cual se habían consolidado las estructuras sindicales tradicionales desde el primer gobierno de Perón en adelante, había sido trastocado y la falta de respuesta de éstas dejó un vacío a llenar al ser el movimiento obrero quien históricamente había encabezado los procesos de resistencia. Así, al trasladarse el conflicto social fuera del lugar de trabajo, fueron surgiendo nuevas expresiones sociales que, desde el piquete, la asamblea y los cortes de ruta, darían lugar a los movimientos de desocupados que encabezarían las jornadas de resistencia de diciembre del 2001 y abrirían un proceso de avance y organización popular que recién sería frenado con los asesinatos de Maxi Kosteki y Darío Santillán en el Puente Pueyrredón en el 2002. Muchos de los compañeros pertenecientes a esta generación que irrumpió con fuerza en diciembre del 2001, hoy están insertos en el mundo del trabajo por lo que es posible pensar en una nueva camada de militantes, con experiencia de lucha acumulada, que apunte a revitalizar al movimiento sindical argentino.
Durante dicho proceso también asoma el fenómeno de recuperación de empresas cerradas, que tiene a su máximo exponente en Fasinpat, ex Zanón, pero que suma más de 100 experiencias a lo largo y ancho del país. La empresa neuquina fue recuperada en 2001 y ha ido abriendo fuentes de
trabajo hasta llegar al día de la fecha a los casi 500 trabajadores. Dichas experiencias no sólo que no fueron alentadas por la CGT sino que muchas veces también fueron dadas contra las propias estructuras sindicales, lo cual no impidió que se reactualizara el debate sobre el control obrero de la producción con la puesta en práctica de exitosos modelos de fábricas sin patrón.
Con la consolidación del kirchnerismo como expresión hegemónica es que la conflictividad social comienza a “normalizarse” de la mano de la reactivación económica y la vuelta a planteos neodesarrolistas con cierto nivel de fomento a algunas ramas de la industria nacional. Este panorama permite recuperar al movimiento obrero organizado ciertos grados de protagonismo en la escena política nacional.

¿Y lo que hay qué?

   Es común escuchar la denuncia del carácter burocrático de las estructuras sindicales tradicionales señalando en muchos casos el rol de complicidad que han tenido con las estrategias neoliberales del último periodo, y por la quietud con que se ha soportado la permanente destrucción de puestos de trabajo. Este carácter burocrático se ve acompañado por un profundo nivel de
corrupción generalizada que tiene en los manejos discrecionales de los fondos de los afiliados y sus obras sociales como principales botines a repartir. Dichas prácticas van acompañadas de altos niveles de verticalismo en el manejo del “aparato” y la continua utilización de fuerzas de choque
propias que garanticen el control absoluto de las estructuras. Existe un estereotipo que ubica al burócrata como un “simple ladrón y matón armado”.
Sin embargo, quizá sea más acertado pensar al fenómeno de la burocracia sindical como una relación social más compleja que cruza al conjunto de la clase trabajadora y que naturaliza ciertas lógicas que preparan el terreno para su permanencia en el tiempo.
Es por esto que en lugar de cuestionar la maldad o la claudicación de algún referente del movimiento obrero sea mejor pensar a la burocracia como un fenómeno más complejo que se alimenta en los distintos polos de la cadena. Es decir, que es verdad que hay dirigentes corruptos, que entregan las luchas y que se mueven con matones, pero también es verdad que esos mismos dirigentes suelen ser refrendados por sus bases, y que en muchos casos, mantienen altos niveles salariales y aceptables condiciones de trabajo, sin dudar a recurrir a medidas de fuerza cuando enfrentan conflictos con las patronales.
La burocracia tiene que ver con un modelo de conducción verticalizada y monolítica, que encuentra sus raíces en el tradicional esquema sindical peronista (vertical y jerárquico) y que tiene en el otorgamiento de la personería gremial por parte del Estado su punto de partida. Dicha forma
de concebir al movimiento obrero, tiene dos caras: por un lado el ya apuntado riesgo de burocratización, pero por otro permite contar con estructuras centralizadas que se encuentran en mejores condiciones de dar disputas integrales que cuando éstas se intentan desde posiciones aisladas.
Por lo tanto, cualquier intento de superación de las conducciones actuales tiene que poder garantizar los pisos mínimos que ya se tienen (plano reivindicativo) y no puede centrarse únicamente en acusaciones de carácter moral o ideológico que no se condicen con la realidad del día a día de los afiliados.

¿Y en la base?

   Existió en Argentina una experiencia de lucha antiburocrática que quizá haya sido el momento de mayor avance en nuestra historia en cuanto a la construcción de un nuevo sindicalismo combativo. Ésto se vio con la aparición en 1975 de las Coordinadoras Interfabriles que tuvieron su auge en los centros industriales del Conurbano bonaerense cerrando el proceso de avance que se había iniciado con el Cordobazo y las demás puebladas, y seria cortado de cuajo con la represión militar.
Dicha experiencia se basó en el nucleamiento de delegados, comisiones internas y conducciones combativas agrupadas según su zona de inserción. Se pensaba desde la fábrica hacia arriba y no al revés, y pretendía integrar reivindicaciones sectoriales con construcciones territoriales más amplias, intentando recuperar la identidad como clase obrera en su conjunto más allá de las luchas sectoriales.
A su vez, su origen en los lugares de trabajo se extendía a un intento de buscar cada vez mayores niveles de control de la producción intentando prefigurar en el día a día una posible sociedad a futuro desde la base de los productores integrados. Era el lugar mismo de la producción el que se disputaba y no la estructura sindical desde afuera.
Quizá este sea el camino para pensar un nuevo tipo de sindicalismo en la Argentina. Si uno ve las cifras duras, surgirá que solo un 12% de los lugares de trabajo cuenta con representación de delegados obreros, lo cual hace muy dificultoso pensar algún tipo de cuestionamiento a la dirigencia actual desde la base.
Esto no es casual, durante el neoliberalismo las patronales ejercieron una fuerte presión antisindical, lo que aprovechando los altos índices de desempleo y precarización permitió altos niveles de deterioro de la representación sindical en los lugares de trabajo. Los índices de recuperación económica actual pueden hacer aflojar un poco dicha presión y fomentar la irrupción de miles de delegados en todos los lugares de trabajo como condición fundante para pensar en un nuevo tipo de realidad sindical.

La ley y los avances en cuanto a fallos judiciales

   La legislación actual a través de la ley 23551 protege la representación de los delegados con una tutela especial de 1 año después del vencimiento del mandato para aquellos que sean electos por elecciones notificadas al empleador, y de 6 meses para aquellos que se hayan presentado a elecciones y no hayan ganado. Sin embargo, fiel al espíritu vertical del modelo sindical, dicha ley prescribe que sólo pueden convocar a elegir delegados las asociaciones con personería gremial.
Recordemos que dicha personería queda a criterio del Mrio. De Trabajo, lo cual pone una seria limitación a la hora de pensar en la recuperación de los sindicatos.
Sin embargo, es importante entender que los marcos legales y, más en cuanto al derecho de trabajo, no son más que la cristalización de la correlación de fuerzas entre la patronal y el movimiento obrero dado en cada momento histórico, por lo que deben verse sólo como pisos que pueden ser superados con mayor niveles de organización y presión sindical.
Cuando dicha fuerza se hace evidente y permite sostener conflictos a largo plazo, es posible lograr avances que terminen siendo receptados en fallos judiciales que, cuando no son cuestionados y los ratifican los tribunales superiores, tienen fuerza de ley.
Un ejemplo de esto, se vio con el fallo de ATE del 2008, en que ATE convocó a elección de delegados en dependencias del Estado Mayor del Ejército, lo que fue cuestionado por el Sindicato con personería gremial del lugar. Con el argumento de que se estaría violando la libertad sindical consagrada en la Constitución Nacional y Pactos Internacionales fue que se le dio la razón a ATE, planteando que sólo alcanza con tener base sindical en el lugar de trabajo para convocar a elegir delegados, y que la exclusividad para el Sindicato con personería gremial se reserva para las negociaciones colectivas pero que no se extiende a la representación en el lugar de trabajo.
Otro ejemplo, se dio en el fallo Balaguer en que se habían despedido de Pepsico a dos compañeras por ser las esposas de dos delegados con fueros sindicales a los que no se podía despedir. Se terminó ordenando la reinstalación haciendo extensiva la tutela a aquellos despidos
discriminatorios por razones sindicales. Es decir, que probando que la causa real del despido fue en represalia a la simple actividad sindical es posible pensar en una tutela al “delegado de hecho” sin fueros reconocidos por la ley.
En ambos casos, se trató de recepciones que hace la justicia de planteos que fueron sostenidos con construcciones reales y genuinas, y procesos de lucha largos que terminan siendo ratificados en sede judicial. Con lo cual si bien no es posible pensar en que la justicia va a modificar el actual estado de las cosas, sí puede verse que en ciertos contextos puede ser una pata más para
defender los derechos y sobre todo usarlos como antecedentes válidos a al hora de encarar luchas futuras.

¿Que tipo de delegados?
Pensando que el objetivo es buscar un nuevo tipo de representación en los lugares de trabajo que sirva de columna vertebral para revitalizar las prácticas del movimiento obrero organizado, es que se puede intentar darle una vuelta de rosca a la forma tradicional en que se concibe a la actuación del delegado de base.
Un primer punto tiene que ver con su vínculo con el sindicato. Es común ver que los delegados se eligen a dedo por los sindicatos y que, únicamente, sirven para bajar directivas pero que muy pocas veces responden a un ida y vuelta en que los trabajadores puedan hacer llegar sus reclamos y planteos a las direcciones y conducciones intermedias. Es importante recuperar la idea
de que el delegado responde a (y es controlado por) los compañeros que lo eligen en sus lugares trabajo, y que dichas directivas deben surgir de asambleas permanentes que otorguen mandatos claros a los delegados tanto en el vínculo con la patronal como con las estructuras sindicales.
Dicha práctica no solo haría más participativa la actividad sindical sino que también puede descomprimir los niveles de exposición a los que los delegados quedan expuestos en los conflictos, al refrendar la idea del delegado como representante de grupos de trabajadores y posiciones colectivas.
Tomando como base el reconocimiento en fallos judiciales de los despidos discriminatorios
por actividad sindical, es posible pensar en comisiones de trabajadores que, de a poco, comiencen a
extender sus áreas de influencia en cuanto al giro normal de las empresas.
Un área importante a cubrir es la relativa a l contralor de las condiciones de salubridad e higiene en los lugares de trabajo, lo cual sería importante que comenzara a pasar por los trabajadores y no a quedar ligado a la decisión de la patronal. Para esto, es fundamental que las estructuras sindicales (y cuando no lo hacen, los mismos trabajadores) garanticen un permanente
proceso de formación y capacitación de los compañeros.
Es importante pensar que en cada lugar de trabajo serán diferentes los procesos de organización, ya que es muy distinto si se trata de un empleo público o privado, o si son establecimientos grandes o chicos.
El fenómeno de la tercerización también puede ser zanjado si se recupera la identidad de los trabajadores de acuerdo a su lugar de trabajo, más allá de las formas legales que busque la empresa para esquivar sus responsabilidades como patronal o para lograr la división de la masa obrera.
No existen fórmulas mágicas y cualquier planteo deberá ser refrendado con el día a día en los lugares de trabajo. Sin embargo, sí parece razonable pensar que es en la base el lugar donde se deben recuperar ciertas lógicas combativas y participativas para pensar en un movimiento obrero que recupere tanto su fuerza de masas como su capacidad de incidencia en la realidad política del país.



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