Opinión




   Para poder realizar un trabajo de recuperación de “lo público” en el sentido material es importante reflexionar y resignificar la idea de “lo público” desde lo conceptual, en un sentido histórico-social, para recuperar el valor político que contiene.
   En la actualidad, la idea generalizada que por lo común se tiene acerca de “lo público” es aquella que hace referencia a lo que pertenece al “Estado”, lo estatal.
   La herencia moderna-republicana nos dice que en las democracias representativas el Estado llevaría adelante la voluntad de la sociedad civil, a través, justamente, de la representatividad. En este sentido, deberíamos creer que entonces la gestión de los espacios públicos por parte del Estado (cuyos dirigentes representarían la voluntad del pueblo por haber sido elegidos), así como su accionar en general, estaría destinada al bien común. Es decir, se buscaría la democratización del uso de estos espacios.
   Pero ¿Cuál es el verdadero rol que cumple el Estado en la práctica? En la práctica los estados son entes totalmente ajenos a la sociedad civil. Su rol consiste en funcionar como garantes territoriales de un sistema económico-político de explotación, opresión y desmembramiento social a nivel mundial.
   Por lo tanto, si existe una enajenación total de la voluntad del estado en relación a la voluntad de la sociedad (la cual, por otra parte, ha perdido conciencia del valor de su voluntad y por ende de su acción), podemos decir que existe también una enajenación total del uso reglamentado de los espacios públicos en relación a la voluntad de la sociedad. O sea, que en las democracias modernas, los espacios públicos no nos pertenecen.
   Pero, para resignificar el concepto de espacio público (pensando en el valor simbólico que el mismo contiene más allá de su existencia como espacio físico) es necesario que resignifiquemos primero la idea de “política” en el sentido que tuvo en sus orígenes, que es el que interesa en pos de construir una sociedad autónoma.
   En sus orígenes, en la polis ateniense, las ideas de espacio público, política, autonomía y democracia eran inseparables unas de las otras. Ninguna podía existir sin las demás. El Ágora, la plaza pública, era el espacio donde los ciudadanos se autogobernaban. Donde discutían cuál sería el rumbo de su sociedad. Donde se creaban sus propias leyes, las cuales estaban sujetas a permanente cuestionamiento y modificación. Donde no había nada preestablecido, nada incuestionable. Donde existía la política. Política entendida en tanto participación en la reflexión, discusión, argumentación y toma de decisiones dirigidas a la praxis concreta. A la acción entendida como la capacidad de actuar sobre la realidad y transformarla constantemente a partir de la voluntad y la imaginación individuales y colectivas. Acción entendida como capacidad creativa.
   La existencia de la política entendida en estos términos sólo es posible en un sistema democrático. Y es en democracia donde, a partir de la acción política, las personas y las sociedades pueden ser autónomas. En los sistemas burocráticos actuales -las democracias republicanas- la política no sólo le fue enajenada a la sociedad, sino que también fue destruida. Lo que hoy comúnmente se llama política se resume a una puja de poder entre ciertos sectores de la burocracia que responden a determinados sectores económicos. Los discursos están en el plano del marketing y el consumo mediático más que en una argumentación dirigida a la acción. No existe la discusión sino la negociación. Los “políticos” son figuras “vendibles” y la sociedad no tiene ninguna participación real en la toma de decisiones.
   En este sentido, la destrucción del espacio público por parte del Estado no es casual, sino que es necesaria para mantener la inexistencia de la política a través de la ruptura de los lazos sociales. La cultura neoliberal fue un proceso de privatización total, en todos los planos de la vida individual y colectiva, planificada a través del fomento al consumismo absurdo, de la marginación sistematizada, de la instalación de un discurso basado en el fascismo del sentido común, de la distracción mediática, la instalación del miedo a los otros, la criminalización de la pobreza y las protestas sociales, las antipolíticas educativas y culturales, etc. llevándonos a una cada vez mayor profundización del individualismo.
   Pero el deseo de libertad en las personas es inextinguible. Y ese deseo se pone de manifiesto en el constante surgimiento de nuevos espacios de resistencia y creación que  buscan construir nuevos vínculos basados en la autonomía y multiplicarlos.
   He aquí la necesidad de que el espacio público vuelva a dejar de ser un lugar de tránsito para ir de un lugar privado a otro, cada vez más diseñado para los autos y menos para las personas.
Es necesaria la recuperación de estos espacios no solo para su uso físico, para el desarrollo libre de una actividad artística, cultural o económica, sino también para recuperarlos como espacios políticos, de encuentro, de discusión y de producción de nuevos vínculos sociales orientados a la creación colectiva. Creación de nuevas formas a partir del profundo cuestionamiento de las formas ya existentes en todos los planos de la sociedad.
   Debemos multiplicar los territorios de encuentro con el otro. Ese otro que no se limita a mi círculo personal. El otro con quien comparto la responsabilidad de pertenecer a una misma sociedad.
Solo a partir de la creación y multiplicación de nuevos vínculos sociales en sentido colectivo es posible la creación de una sociedad autónoma. Y toda acción que surja de estos vínculos, sea artística, cultural, social, o de cualquier índole, es ante todo acción política.

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