Cultura Plebeya





Con un tiro en el tobillo voy corriendo hasta el pasillo. La parca y la gorra me quieren matar.

Pablo Lescano.

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El ritmo efímero El grito efímero (Pero te creo...).

Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota.

   Los pasillos del barrio te llevaban siempre al mismo lugar. Las paredes descascaradas y con un revoque mal hecho te hacían pensar que estabas en Kosovo o en las ruinas de algún barrio de Bagdad. Pero no, no era ni Kosovo ni Bagdad, era San Fernando, plena provincia de Buenos Aires, al lado de San Isidro, cerquita de la Capital Federal. San Fernando. Carupá. Barrio de cumbias, humos y borrachos. El tizón siempre encendido, la cajita de tetra a medio tomar, la música tropical es la banda de sonido de todos los momentos del barrio. De todos los momentos no hay ninguno que se le escape a la cumbia, a la cumbancha, a la música de jolgorio y parranda. Música de parranda que acompaña la vida del barrio. De lunes a viernes, trabajadores bien vestidos pasan a sus trabajos, albañiles, pintores, herreros, plomeros, gasistas. Los sábados la conversión. El alma de la cumbia se apodera de los laburantes y la música que los emborracha, suena hasta la madrugada. Coreando música de marginales, de chorros y drogones. El lenguaje se hace territorio. Lo que pasa es lo que pasa en el barrio. Que no vengan con cuentos de gringos, si ahí hay sangre correntina, formoseña, sangre india corriendo por las venas en los pasillos de las villas de San Fernando. El chámame se convierte en cumbia, el abuelo paterno que se levanta a las seis de la mañana, se afeita, se baña, se viste y se peina. Se prepara para el desayuno. La música tropical es la banda de sonido. La familia se arma alrededor del minicomponente que hace vibrar gargantas tropicales. De lunes a viernes el trabajo. Deslomarse en la obra. En un país con poco futuro. Año 2000. Odisea espacial. Los chiquilines que crecieron entre trabajadores borrachines, ahora son pibes veinteañeros. La cultura tropical corre por sus venas al igual que la realidad de un barrio cayéndose a pedazos. Marginalidad y pobreza. Se sufre. Duele ver al viejo y a los tíos laburantes perdiendo dignidad. Mientras, entre los pasillos de la villa, las drogas, la prostitución, los manejes, el choreo. La realidad del barrio. Un barrio que duele, pero que crece, se construye, resiste, forja conceptos y subjetividades. Las llantas y la ropa deportiva. El pelo corto y bien vestido. Algún arito. Tal vez tatuaje. Rico olor. Buen perfume para pasar a buscar a la guacha. En el coche, el bondi, en la bici o a pata, la que acompaña es la cumbia. La que por los auriculares dice que con la cana esta todo mal. La que dice que si S.O.S tranza podes salir rengo. La que dice que la piba esta re linda y su tanga es color lila. La que dice que si sos cheto también esta todo mal, por tener cara de limón, por tener todo lo que en el barrio no se tiene, por que seguro sos el dueño de la empresa donde trabaja la gente del barrio, o el hijo del dueño, o la hija, seguro vivís en Barrio Norte, en Belgrano o en Palermo y te sobra todo lo que a la villa se le niega, se le quita, se le roba.

   La fiesta en la sociedad de fomento se re pone. Las del Club Español también. Pero el mejor es el Sol Tropical. El único problema con el Sol Tropical son los patovas. Gordos forros. Cara de liebre muerta. Mandibuleando con la pala barata de San Fernando. Drogocops que les encanta pegarle a los pibes y más si son de la villa. Trabajan para la cana, si te ven mandando alguna, se la que sea, fumando, jalando, tomando o metiendo el pecho, los chabones te mandan al muere. Están conectados con la cana directamente. Se llaman. Las llamadas de ellos son las mismas de la cana. Y si te ven medio bardero de movida, no te dejan entrar. Te dejan en la puerta de garpe. Manija. Con ganas de tomar fernet, de tocar a la piba, de reírte con tu gente, de bailar y transpirar, de escuchar a los pibes tocando, verlos arriba del escenario diciéndole a la gente del barrio las cosas que los hacen sufrir. Las drogas, la violencia, la pobreza, la marginalidad, la falta de laburo, el gatillo fácil, la explotación y la miseria. La cultura de los desposeídos esta en el escenario, abajo, el humano roto y mal parado que solo quiere que los sábados la música suene fuerte, que suene lo mas fuerte posible, que el alcohol emborrache, que emborrache lo mas posible y que la transpiración y el calor de los cuerpos acerquen a la pibita que tanto se desea para poder coger toda la noche. El jolgorio y la parranda ven salir el sol en la bailanta. La realidad del barrio se ha olvidado por un momento, por un instante. Efímero momento en el cual los músicos dejaron todo arriba del gastado escenario de la bailanta. Músicos que van de baile en baile coreando realidades. Sociólogos villeros sin estudios más que los primarios y en algunos casos los secundarios. Autodidactas que empezaron tocando por el pancho y la coca, por la ficha. Músicos villeros cantándole a los pibes del barrio entre humo y alcoholes. La cumbia como tradición que se hereda, distinta a los que heredan todos los lujos de una sociedad que los rechaza, los margina y los discrimina. Músicos del territorio improvisando con sus vidas, tratando de zafarle a la tumba, al penal o la bala policial. Tomando vino y escuchando a Los Wuawuancó. Autodidactas que cambian un viaje de egresado por la cuota del primer piano. La cumbia no para de sonar, de hacerse, de grabarse. Grabar de forma casera con los pocos recursos que se tienen. Construir una nueva poética desde el barrio. Estética del arrabal porteño, distinto al de los guapos del 900 pero con raíces compartidas. Se toca y se graba en la porta estudio, se componen canciones compulsivamente. El material de la calle es inagotable. No se para de tocar. Todo el día. Toda la noche. Giras interminables. Caravanas compartidas, en la que a veces se deja la vida. La parca siempre viene detrás. Cuando se muere, se quiere escuchar cumbia. Las balas policiales buscan cortar vidas. Matando jóvenes que los detestan, que le dicen en la geta que ahora van a la cancha en un celular en vez de seguir tomando vino con los amigos en la esquina. Walter se vendió. El picante se vendió. Si sos yuta son antipueblo. No cuidas los intereses de tu gente, de tu barrio. Cuidas los de otra clase, los de la que oprime a tu vecino, a ese que vivía a la vuelta de tu casa en la Carlos Gardel. Las canciones delatan al buchón, al que se paso de vando, al que oprime.

   La creación de una nueva estética barrial, música de una cuidad cagada a palos, el sonido del barrio marginal, música de los pobres que aborrecen a los ricos. Construida desde abajo, desafiando compañías, productores, mandando a cagar a radios caretas para ir buscando una identidad, sin parar de tocar. Arengando a que todos los negros levanten las manos bien arriba para decir, “acá estamos”. Arengando para que se los vea, se los escuche, se los sienta cerca. Llegar a la masividad pero sin transar, sin venderse, sin dejar de vivir en el barrio con la familia y los amigos. Esquivarle al éxito para no venderse y dejar de pensar en el barrio. Buscando que el sonido sea cada vez mejor. Componiendo desde lo que se ve entre los pibes. Coqueteando con el rocanrol. Tocando mucho y cobrando poco, en giras interminables donde el barrio siempre esta, siempre responde, sea en la capital, el conurbano o el país entero. El fenómeno villero que trascendió y destruyo fronteras impuestas por una sociedad cheta, vacía y aplastante. Llevar al oído de miles lo que pasa en el barrio cuando no hay laburo, cuando las drogas pasan por encima a los pibitos, cuando los transas se apoderan de vidas ajenas debatiéndose la vida y la muerte con la cana. Ranchos, humos, cumbias y borrachos. El barrio en las radios. Música villera. Miles de pibitos y pibitas cantando por las calles que la cumbia va empezar a sonar. “Las manos de los negros bien arriba”. Tan arriba que se ven desde el cielo, desde donde seguro los guachos que ya se fueron están agitando para que la cumbia no pare de sonar, que están cansados de tanta reprecion, que el jolgorio no se apague, que salgan cayos en las patas de tanto bailar, que duela la garganta de tanto cantar, que suene la cumbia, que hoy es sábado y hay que festejar la alegría de estar vivo, de zafar un día mas, que la música y los alcoholes no paren de rodar, que mañana es domingo y hay que descansar para el lunes volver a laburar.

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