Cultura Plebeya




Fue un genio que nunca quiso tener historia.

Que quiso dejar atrás el niño abandonado.

Convertirse en duende y vivir un presente eterno,

un hoy rabioso…

Pipo Lernoud.

   En la antigua Grecia entre los años 400 y 300 antes de Cristo, se comenta que vivo un tipo un tanto particular de largas barbas y cabellos desprolijos. Sus únicas posesiones eran un bastón, un taparrabos y telas que cubrían (no demasiado) su torso. Este muchacho, filósofo de la escuela cínica, vivía en un barril. El tipo vivía en un barril, vagabundeando por las calles de Atenas predicando los principios de su escuela. El despojo de cualquier tipo de bien material o lujo provisto por la sociedad moderna, vida solitaria, desnudo, sin vivienda, callejero por propia elección, en renuncia constante a todos los bienes materiales, despreciando el lujo y la vulgaridad que ello provocaba. Diógenes el cínico, filósofo maldito que les dijo en la cara a todos que el lujo era vulgaridad, vagabundeando por la calle, en libertad. Libertad del vagabundo, del trotacalles, trotamundos, trashumante, viajero, poeta inconforme, maldito por su condición de auto despojo y desprecio a lo establecido. Diógenes abrió la puerta quizás. Quizás Miguel lo siguió.



   El niño Miguel. Abandonado. Del abandono al orfanato. De la situación de abandono el niño pasa a un orfanato en el cual su vida se ira convirtiendo en una larga pelea por sobrevivir, acostumbrándose a no tener. A no ser. Los bienes materiales no están, por ende no se necesitan pensaba el niño Miguel. De la habitación fría del hospicio a la casa de padres adoptivos. Tener por primera vez. Tener un hogar. Distinto al concepto de familia tradicional. Y si, Miguel no hubiese podido tener eso. Una familia tradicional para alguien abandonado, no cierra. No encaja. El niño Miguel va creciendo, las calles comienzan a ser su lugar, acompañando un vagabundear constante. La familia lejos, tan lejos que no se ve. No esta. Soy un vagabundo entre tus encantos, poseo el perfume que te gusta a vos, escribiría el joven Miguel. Piensa que será de su futuro. Ya es un adolecente vagabundeando por las calles de Munrro. Como buen callejero, le gusta la piña y no tiene problemas de cagarse a trompadas con el primer gil que le dice guacho o lo desprecia por su condición. A las trompadas de la calle se le ocurre llevarlas al ring. Piensa en ser boxeador. El poeta vagabundo recibe tantas piñas que lo hacen cambiar de opinión. Sin más remedio la salida es la calle. Seguir caminando, pobre, guachó, solo, cual Diógenes el cínico, de baldío en baldío. Mientras lee. Lee mucho, todo lo que este a su alcance, poesía, filosofía, historia. Escribe. Escribe mucho.

   A veces no me interesa ser fiel a la extravagante historia humana, de la misma forma en que la divinidad lo es poco fiel con los hombres comunes, hombres comunes como yo, pensaba Miguel Ángel Peralta, que ya es adulto y su condición de vagabundo no cesa. La de poeta tampoco.

   Dejarme, panza arriba, tragar por las estrellas, garabatea el joven Peralta, mientras se dirige caminando por la vereda del sol camino al encuentro con otro jóvenes, poetas, músicos, hippies, bohemios, vagabundos como el. Es el Buenos Aires de los años 60, las calles están en efervescencia, jóvenes por todas partes. En la cultura y la política. Los que se drogan y los que quieren cambiar el mundo. Los drogones que quieren cambiar el mundo. Beatniks. Poetas desordenando calculadamente sus sentidos. Desprogramándose de lo que las sociedad les enseña, les impone. Las drogas. La Cueva. La mítica Cueva. El reducto porteño por excelencia. Jóvenes y no tanto encontrándose con vocación de construir algo distinto alejado de los valores comerciales y mercantiles que proponía la sociedad porteña de los 60, cuales Diógenes cínicos del siglo xx. Por allí caminaba Miguel Ángel Peralta. Pensando en que es grato un vivir estrafalario. Tomando mejor el dulce frío de la tierna juventud. Tierna juventud que comenzaba a ser perseguida, por bohemios, por raros, por diferentes, por drogones, por putos y faloperos. A los milicos no había cosa que le de mas asco que ese grupo de hippies que se juntan en ese boliche que ellos llaman un nido de ratas. La Cueva era ese nido. Pues bien había que cerrarlo, mandar a todos eso pendejos melenudos a la casa y si no tenían, al calabozo. Miguel sufre algunos golpes de parte de la policía de Ongania, un general anti juventud, golpista y dictador. Golpes y celda. En argentina no se puede estar. Para Miguel, joven poeta, músico, provocador, mas ligado al Cuchi Leguizamón y a Atahualpa que a Jimi Hendrix, la cosa se hace cada vez más difícil. Pronto partirá. Pero antes, de la mano de algunos amigos y colegas comenzara a dejar plasmado para siempre lo qué será parte de su imborrable legado. Peralta todavía no es Abuelo. Pero si están presentes Los Abuelos de la Nada. Con una formación ligada al rocanrol y la psicodelia con Papo y Pomo entre otros. Se graban los primeros eps de lo que serian Los Abuelos de los 60. “Diana Divaga”, “Pipo la serpiente”, “Lloverá” y “Tema en flu sobre el planeta”. Al poco tiempo los problemas. Como siempre. Se separan. Nunca luche por quedarme con nada y menos con una banda, todo lo que ata es asesino, reflexionaba Miguel, pensando en su recorrido que lo llevara a grabar de forma solista, antes de partir a Europa, “Oye niño”, “Mariposas de madera” y “Hoy seremos campesinos”.

   Leer la verdad en mis propias huellas, Quien no te comprende te vulnera, escribía Miguel, mientras se daba cuenta que en Buenos Aires ya no se podía estar. Atrás quedaban los recitados de poesía, las lecturas y las drogas compartidas en aquellos días de La Cueva. Adelante el viejo continente. Europa. La llegada a España. Cadaqués. Comienza el largo día de vivir. Vida en comunidad. Alejados de la ciudad. Sin lujos ni vulgaridad. Música y poesía. ¿Hippies cínicos? Se preguntaría Diógenes quizás. El poeta sigue escribiendo, componiendo en su folclórica guitarrita. También sigue vagabundeando. Barcelona. París. Londres. Ibiza. La comunidad hippie sigue en las costas del Mediterráneo. El poeta inconforme, se convierte en artista callejero. Callejeando con su guitarra de aquí para allá. Recitando, tocando, cantando. Solo o acompañado. La calle es su escenario. ¡Un argentino, en los 70, en España, haciendo música en la calle! La gorra a veces da de comer. Otras no. El poeta callejero no cesa su trabajo.

   ¿De qué valdría a la inconsciencia hacerse de un náufrago libre y bandido?, pensaba y escribía el joven, ya no tan joven, Miguel Ángel Peralta, quien al frente de una nueva formación grabara un disco antológico y casi inhallable llamado Miguel Abuelo et Nada. Estoy aquí parado, sentado y acostado. Me han crucificado pero todo viene igual. No tengo nombre. No tengo amigos. No tengo lenguaje. No tengo verdad. No tengo altura. No tengo Dios. Miguel escribe su realidad en sus poesías hechas canciones. Fiestas y excesos. Drogas y violencia. Su familia se cae a pedazos. Como lo que nunca tubo. Su hijo recién nacido lo mira. El le dedica unos versos. Yo sigo fiel a mis pasos, Que van tras mi necesidad. En el agua del lago artificial, los hombres reman conduciendo a sus hijos. Más fiestas, más excesos. Detención de la policía. Lo acusan de un robo. El morochito argentino es detenido. Robó, es argentino, morochito, poeta y drogón. Encima no tiene papeles. El robo no se puede probar. Pero esta de ilegal. Lo deportan a Francia. Nuevos vagabundeos. Nuevas cárceles. Esta ves mas duras y violentas. La cárcel, mugre, hacinamiento, odio y muerte. Los individuos muchas veces se encuentran en una mala situación por falencias de la sociedad. Las personas necesitan alimentos y educación. Nadie se hace delincuente por que si, yo tuve una infancia difícil y zafe por mi trabajo, se le escucharía rugir por micrófono años después de sus detenciones europeas, frente a un entrevistador.

   Lunes por la madrugada cierro los ojos y veo tu cara que sonríe cómplice de amor. El poeta maldito esta nuevamente en Buenos aires, vuelve de la mano de sus amigos quienes lo ayudan a escapar de los años oscuros que acababa de pasar en el viejo continente. Su regreso es con la sangre en el ojo, por esos hijos de puta que lo condenaron al encierro Pues, yo como vos. Siento las mil formas de sus poderíos. También él sin sabor aliento del guardián...Que cumple otra condena. Convencido.

  El regreso será dorado. Los nuevos Abuelos de la Nada. Un ejército de picaflores. Sexo drogas y rocanrol. Desbordes y poesía. Los abuelos de la nada. Vasos y besos. Himnos de mi corazón. Cosas mías. Cientos de conciertos y álbumes en vivo.

  Cuatro discos en compañía de los Abuelos, decenas de grabaciones perdidas, un disco europeo, un inédito y capturado libro de poesías llamado Paladín, y el disco solista Buen día, día. Algo del legado poético, musical y artístico, de quien supo ser Miguel Ángel Peralta, también conocido, querido, amado y respetado como Miguel Abuelo.

   ¿Y si hubieras contraído compromiso con la muerte? Y el compromiso estaba hecho. Su enfermedad lo vence. Su cuerpo lo abandona. Como a tantos jóvenes que en los 80 se morían sin saber porque. Así se iba Miguel, dejando fabula, utopía y polvo entre sus cofrades mortales, con las arcas de su corazón repletas, llevándose todo junto y en un solo puño el latido de su pueblo.



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