Instantanea


EL SILLÓN EN LA VENTANA
Por Natacha Mateo


… a mi abuelo…







   Desde chica, siempre me pregunté cómo se vería el mundo desde su ventana. Siempre en el mismo lugar, fumando un cigarrillo, discutiendo con algún amigo anarquista sobre el rumbo de Cuba y Venezuela.


   Siempre el mismo sillón, en la misma ventana. Lo único que cambiaba era el libro que estuviera leyendo. Cada día que lo visitaba era uno nuevo. No importaba cuántas páginas tuviera. Siempre era uno distinto porque había terminado el anterior.


   Me discutía los títulos de Clarín, indignado con algunos periodistas. Me contaba de los `70, de octubre del `45. De San Martín, Fidel Castro, José Martí y José Ingenieros. Al principio no entendía, me explicaba el peronismo como si yo fuera una persona adulta, aunque no lo era. Me relataba anécdotas con amigos. Historias de anarquistas como si hubieran sido compañeros de toda la vida, aunque nunca los conoció. Me contó con nostalgia sus años de militancia y me discutía todo, aunque coincidiéramos, sólo para obligarme a pensar.


   A veces, resignado, me decía que no habían podido cambiar el mismo y que la utopía no existía. Y yo me enojaba, y le decía que los jóvenes teníamos que creer en algo.


   Nunca llegamos a fumar un cigarrillo juntos o compartir un vaso de vino. Cosas del tiempo, cuando te separan décadas de vida. Pero tomábamos mucho mate y me contaba de cuando el Página 12 no era kirchnerista. Siempre buscaba una foto que tenía con Osvaldo Bayer de jóvenes, que mucho tiempo después mi abuela encontró.


   Gran persona, mi abuela. Había que soportarlo todo el día ahí, despotricando frente al televisor en pleno neoliberalismo.


   Yo era chica, claro. Me explicó muchas cosas, que realmente entendí mucho tiempo después. El mundo fue cambiando, y él también. Recuerdo que un día me enojé, cuando me decía que el mundo ya no se podía cambiar. Le contesté (admito que levantando un poco el tono de voz) que si él se había resignado era problema suyo. Me miró, y sonrió. Simplemente.


   Y hoy, muchos años después, sentada en su sillón, en su ventana, recuerdo la tarde que me dijo:


   -Tengo un regalo para vos, pero para que lo leas cuando seas un poco más grande.


   Y me dio mi primer libro del Che Guevara.

No hay comentarios:

Publicar un comentario