Cultura plebeya






   La niña caminaba junto a su madre y sus hermanos. Todos vestidos de negro. Ropa negra para un velorio. El velorio del padre de la niña y de sus hermanos. Niña y hermanos bastardos. Papá tenía otra familia. En realidad tenía “su” familia. La niña y sus hermanos no existían. Ilegítimos, bastardos, producto de la lujuria y el pecado. La niña miraba a su madre, que peleaba por ingresar a la casa velatoria. Sobraban las miradas de odio y humillación hacia esos niños del pecado. Los críos junto a su madre avanzan en bloque dispuestos a arrasar con lo que se les cruce. De repente el ingreso. El cajón. El padre muerto. Las flores regaladas por los pitucos de Chivilcoy, amigos de don Juan. Los niños besan al padre muerto. Todos. Casi todos. La niña, la más pequeña no quiere. Mira el cajón pero no lo besa. Nunca lo hará. La marca será imborrable. El camino de su vida se lleva ese recuerdo para volver y darle sentido a sus acciones. Vida que se desplazará de la miserable y discriminadora mirada de Los toldos, a Junín. Más miseria. Más discriminación. La hija ilegítima, la bastarda, ya no es una niña de risos rubios, es una mujer llegando a Buenos Aires. Mujer provinciana, pobre, bastarda. El camino será largo e intenso, pero la vida y la acción de la niña con cara de ángel la llevarán a ser la mujer más amada por el pueblo. Un pueblo que la ve crecer desde abajo, con su amada vocación de actriz. La joven provinciana que viene a la ciudad escapando de las miserias del pueblo, se había convertido en actriz de radio teatro. Pero faltaba algo, las lentejuelas y los vestidos de los radioteatros no la conforman, le quedan incómodos. Su posición es incómoda. La necesidad de “ser”, de tener derecho, de pelear por lo que durante toda su vida le fue negado, no se obtiene interpretando a Shakespeare en la cadena nacional. Se sabe peleadora, luchadora, sólo espera el momento de actuar, como en la ficción. Espera el momento de hacer su aparición y “guay” de esos hijos de puta que la humillaron, que la agredieron. Nada de ellos quedará. Ni siquiera la sombra de esos hijos de puta que se dedicaron a ensuciar su nombre. Su resentimiento será justo y necesario, porque la separará de los dueños de todo, de los poderosos, de los milicos y los oligarcas; y la acercará, cada vez más, a su pueblo.


   22 de enero de 1944. La joven actriz sale a las calles conmovida por el terremoto que ha sacudido a la ciudad de San Juan. Ella misma, con sus compañeras de elenco, ha salido a las calles a realizar la colecta para los compatriotas que en esos momentos lo necesitan todo. La joven provinciana, al igual que aquellos sacudidos por el terremoto, se ve conmovida por esas horas en las que sólo piensa en sus hermanos, hermanos de un pueblo pobre que sufre. Sufre el obrero. Sufre el trabajador. Ella también sufre. 22 de enero de 1944. Luna Park. El Coronel Perón, al frente de La Secretaría de Trabajo y Previsión, llega al festival artístico a beneficio de las víctimas del terremoto. “Así se inicia bajo auspicios patrióticos y con el respaldo del espíritu de solidaridad del pueblo la obra de ayuda a nuestros hermanos sanjuaninos. El tiempo dirá de nuestro sentimiento y de nuestra solidaridad nacional", palabras de Juan Perón, que conmueven a todos los presentes. Ella está allí esperando salir a escena: con sus colegas de radioteatro interpretará una pieza en beneficio de los perjudicados por el terremoto. Sale a escena. El coronel la mira. Le llama su atención. Una mujer joven de aspecto frágil pero de voz resuelta, de cabellos rubios y de ojos afiebrados. Decía llamarse Eva Duarte, era actriz. Hablaba vivamente, tenía ideas claras y precisas. Tan precisas que la llevan esa noche a sentarse al lado del Coronel. En el asiento que está vacío se sienta ella, sin pedir permiso. La joven actriz provinciana al lado del Coronel Perón, hablando como si se conocieran de toda la vida.


   Así se conocen Juan y Eva. Se enamoran. Se aman. Se casan. El acto más revolucionario de Juan Perón, quizás. Casarse con una “actriz”. Con una “bastarda”. Una “puta”. Un cachetazo a las castas militares y eclesiásticas. El coronel de la nación se casa con una cualquiera, con una trepadora que odia a la oligarquía, a los milicos y a los curas. Perón se casa con Eva. Los curas y milicos se mueren de asco. Eva brilla. Perón y su 17 de octubre, Eva a su lado, lo acompaña. Quiere verlo presidente. Tenés que gobernar para los pobres Juan. No nos olvidemos de los pobres, dice la otrora actriz devenida en primera dama. Comienza el ascenso de su vida política. Sus detractores comienzan a temer. La joven muchacha de Los Toldos llega para hacer arrodillar a la oligarquía. El olor a bosta la enceguece, la llena de furia, piensa en los obreros. Trabajadores explotados, pobres, sin salarios, ni vacaciones, sin viviendas, con hambre. Las damas de la sociedad de beneficencia se revientan de asco.


   ¿Qué sabrán los pitucones? coreaba Alberto castillo. Que sabrán del dolor acumulado, de la bronca contenida por una joven que nunca tuvo derecho a nada. Que sabrán de la pobreza, de la falta de amor de un padre, de una madre, de la explotación, de la falta de vivienda. Ellos que lo heredan todo. Que nada les cuesta esfuerzo. Gente de estirpe, alcurnia, abolengo. Pues bien, la joven Eva ya no se quiere preguntar con qué derecho. Que ningún hijo de puta con olor a bosta oligárquica le venga a preguntar con qué derecho esa puta se casa con el Coronel devenido en General. Con qué derecho ayuda a los pobres, a través de su fundación, que le lleva a los más postergados lo que nunca habían tenido ¿Con qué derecho? Con el derecho del deseo de combatir a una clase que oprime, que sojuzga y que no quiere resignar ni un tantito así lo que se le roba a un pueblo con hambre. La constitución del 49. Derecho a trabajar, a la retribución justa, a la capacitación, a las condiciones dignas de trabajo, al cuidado de la salud del laburante, al bienestar, a la seguridad social. La protección para la familia del trabajador, del anciano. El derecho a la vivienda, la alimentación, la salud y el esparcimiento. El voto femenino. Las mujeres eligen por primera vez en la historia de nuestro país. Que se callen los oligarcas. Que no hablen. Que se cierre el diario la prensa. Que esa cloaca de los oligarcas no hable nunca más. Que de una vez por todas, los descamisados de la patria sean los protagonistas.


¿No seré una dictadora? Se pregunta Eva.
Pues bien, si esa dictadura se convierte en revolución, se justifica, si no sólo es una dictadura y el pueblo se encargará de modificar su destino, palabras de un gordo diputado peronista. Marxista. Bonachón. Luchador infatigable por la liberación de nuestro pueblo. Palabras que resonarán en Eva hasta sus últimos días. Clases en la Escuela Superior Peronista. Ética peronista. El temor es por el oligarca que llevamos dentro. El funcionario que se sirve de su cargo, no es peronista, es oligarca. Hay que cuidar a Perón, las fuerzas de la reacción están vivas. Milicos y oligarcas con ganas de golpear. Con ganas de volver al fraude y la represión a los obreros.


   1951. 22 de agosto. Cabildo abierto del justicialismo. La oligarquía, la iglesia y los milicos están histéricos. La CGT y las masas peronistas, van a ver a su dama espiritual: Evita, como le llaman cariñosamente. Son cientos de miles. Espejo y Cabo, en el escenario anuncian a la compañera Eva. La jugada es de la CGT y de Eva personalmente. Sobre todo personalmente. El objetivo es ser parte del poder. Parte del estado. Eva quiere la vicepresidencia. No será fácil. Los enemigos son muchos y el principal quizá sea su propio compañero y marido. El General Juan Domingo Perón. Meses de lucha y trabajo militante. Pero su principal enemigo es su cuerpo. Que la traiciona, que la abandona, y se entrega a los brazos de una enfermedad maldita que dejará a los desposeídos de la patria sin su máxima protectora. Quienes quieran oír que oigan, quienes quieran seguir que sigan. Evita siguió hasta sus últimas consecuencias contra los traidores de dentro y fuera. Peleando por la justicia social que garantizó el bienestar de los trabajadores argentinos por primera y única vez en su historia.


   El final era inminente, tanto el de Evita como del gobierno peronista, que agonizaría algunos años. Los gorilas golpistas se salían de su vaina. En las paredes se escribía “viva el cáncer” y Evita se retorcía de dolor. En su lecho de muerte, con la parca rondando su habitación, pelea minuto a minuto por un suspiro más de vida. Redacta “Mi Mensaje” para que su legado jacobino, enfurecido, antioligárquico, revolucionario, plebeyo, quede para siempre en el corazón de todos los argentinos y argentinas.


   Yo saldré con el pueblo trabajador. Yo saldré con las mujeres del pueblo, con los descamisados de la patria, muerta o viva, para no dejar en pie ningún ladrillo que no sea peronista.


   Las armas comparadas al príncipe de Holanda no servirían. No serían aceptadas. Perón no iba a armar a su pueblo para defender todas las conquistas. El proceso no se convertiría en revolución. Evita moría de dolor, de angustia por irse así, joven, dejando huérfano a un pueblo entero que la llorará por siempre.


   Los pueblos constituimos por nosotros mismos la fuerza más poderosa que poseen las naciones. Lo único que debemos hacer es adquirir plena conciencia del poder que poseemos y no olvidarnos de que nadie puede hacer nada sin el pueblo, que nadie puede hacer tampoco nada que no quiera el pueblo ¡Sólo basta que los pueblos nos decidamos a ser dueños de nuestros propios destinos! Todo lo demás es cuestión de enfrentar al destino ¡Basta eso para vencer! ¡Y si no, que lo diga nuestro pueblo!


   Así se iba en un último suspiro la joven muchacha de Los Toldos, que llegó a lo más alto del poder, no para corromperse, no para tener un beneficio personal o especular con puestos de oficina, ni alcahueterías de milicos. El poder para luchar por el pueblo, por sus derechos y sus conquistas. Así se iba esa hermosa muchacha que el pueblo cariñosamente dio en llamar EVITA.

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