Cultura Plebeya




No acepten lo habitual como cosa natural,
pues en tiempos de desorden sangriento,
de confusión organizada,
de arbitrariedad consciente,
de humanidad deshumanizada,
nada debe parecer natural;
nada debe parecer imposible de cambiar.

Bertolt Brecht



   Me miras, me ves, tu cámara previamente configurada y su lente preparado. Se dispara el obturador. La imagen latente. Me has sacado una fotografía. La búsqueda por medir la luz justa, perfecta, necesaria para que la imagen se proyecte como se necesita. Sabes quien soy. Ellos, los que mirarán ¿Sabrán quién soy? ¿Podrán identificar en este niño, que camina en patas, casi sin ropa, con los mocos colgando, a un niño de no más de cuatro años? ¿Conocerán a mi padre? Vos sabés quién soy. Has venido a este Brasil árido, solitario, pobre, para dar con mi padre, con mi madre, que son como los padres de cualquiera de las miles de familias campesinas pobres de nuestra sometida y dolorosa América. Noroeste de Brasil. La tierra quema. Vos lo sabés, nosotros lo padecemos. ¿Qué hacés acá? Eso es lo que nos preguntamos. Qué hace un joven, mejor dicho, un grupo de jóvenes cineastas, en lo más profundo de la pobreza del noroeste brasileño. Viendo cómo esta familia se desintegra, cómo la sequía nos saca hasta la saliva. La tierra quema, la tierra no es nuestra. La tierra tiene dueño. El rico, el poderoso. El señor feudal, que junto a un puñado de ricachones son dueños del 80 porciento de la tierra cultivable. La tierra quema, arde, nos expulsa. Nosotros caminamos. La ciudad es nuestro destino. Nos llama  con el anhelo de poder sobrevivir. 1964. Abandonar la tierra. A pie. Tu cámara esta ahí. Nos mira. Nos acompaña. 
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   Llevarle a la gente lo que no le llega. Recorrer  lo más profundo de nuestra América. Desde México hasta el estrecho de Magallanes. Ese andar te llevará a vos y tus compañeros a escuchar ese grito. El grito ahogado de los oprimidos. México 1971. La revolución (está) congelada. La primera revolución social de nuestro continente. La que convertiría en dueños de la tierra a los que la trabajan. Los que la merecen. Los que se la ganan con el sudor de la frente. Después de 60 años estás aquí. Vos, tus compañeros, la cámara, el equipo, listos para trabajar, para echar a rodar rollos de fílmico que recogerán lo que el pueblo americano padece. México, acá la tierra también quema. El dueño es el mismo. El calor te marea. También marea a tus compañeros. La cámara apoyada sobre el trípode, se vence, flaquea. Tal vez la mano mareada de Humberto no logró acomodarla como tendría que estar. Se zafa. Cae de punta al piso. El proyecto se detiene. La única cámara y en este momento estaba rota. Destruída. El problema esta en el lente. Sólo hay que apartarse un momento. Calmarse. No dejar que el calor y la desesperación se conviertan en el enemigo. Comienzas a desarmar la cámara, pieza por pieza. Un croquis te ayudará a saber cómo volver cuando sea necesario. Comienzan los martillazos. La cámara sufre. El Cine de la Base sufre. El proceso se invierte. Todo lo que salió de la cámara vuelve a su lugar de origen. La cosa se había arreglado a martillazo limpio. La cámara sigue filmando. La única cámara del grupo. La edición te dará la razón. Las ganas de hacer cosas, la fuerza movilizadora de llevar el cine a la gente y  los martillazos habían arreglado esa cámara.
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   1972. La sangre derramada no será negociada. Filmar una película en forma clandestina. El objetivo, llevar el cine a la gente. Hacer del cine una herramienta proletaria, el cine como un arma de contra información, no un arma de tipo militar. Una herramienta para la construcción en el campo, en la ciudad, en el barrio, en la fábrica, en la villa. 1973. Hay olor a traición. Hay olor a tipos que huelen a tigres, tan soberbios y despiadados. Los traidores. Tipos que siempre quisieron arreglar los problemas de la clase trabajadora entregando a los trabajadores. Conciliando, pactando, entregando compañeros. Arrodillándose ante los intereses de las corporaciones. “Roberto Barrera” se mueve como pez en el agua. Es la ficción de lo peor de la burocracia sindical. El cine como herramienta de análisis de nuestra realidad. La crítica al peronismo. Desde el más profundo respeto a los compañeros del peronismo revolucionario. Camaradas. Militantes. El cine está en el barrio, en la fábrica. Los trabajadores desde la clandestinidad garantizan las proyecciones. Ellos son quienes generan las condiciones para que se den las proyecciones de la película. 
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   Argentina. Provincia de Bs. As. La matanza. 1974. Existen  3.791 establecimientos industriales que reúne 57.185 obreros. La metalúrgica INSUD es protagonista de la lucha de cientos de trabajadores. El saturnismo, esa maldita enfermedad que llena de plomo los huesos y la sangre, está diezmando a los trabajadores. El paro cardíaco se convierte en moneda corriente.
 Tu cámara está ahí, una vez más. El cine de la base hecha a rodar. El fílmico está listo para capturar la realidad de la clase obrera argentina. Los curtidos rostros de los obreros metalúrgicos son llevados a la pantalla. El plomo en la sangre va de la casa al trabajo y del trabajo a la casa. La patronal propone plomo. La burocracia sindical propone plomo. Me matan si trabajo y si no trabajo me matan. La huelga como método de lucha. La olla popular se hace presente. Se oyen cantos:”Viva la olla popular, ni muertos hemos de aflojar”. El sonidista lo alcanza. Se escuchará de fondo. Casi repitiéndose. La voz ronca de un diputado del pueblo se hace escuchar. Nos dice que “sólo el pueblo salvará al pueblo”. Tu cámara lo tiene. Morocho, casi pelado, fumando un cigarrillo largo. Preocupado, cabizbajo, Rodolfo Ortega Peña mira la cámara, sabe que del otro lado está ese ojo compañero.
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Usar el cine para la contra información. Usar todo el material filmado para la construcción de un cine popular. Un cine que sienta en lo más hondo cualquier injusticia cometida contra cualquiera en cualquier parte del mundo. Crear un cine en el que el espectador es el protagonista. Protagonista de su propia historia. Un cine para el barrio, para la villa. Un cine dispuesto a dar debates con los sujetos de la historia. El cine de los trabajadores, que tras sus luchas hacen avanzar la historia. Cine militante, dedicado a conseguir proyectores de 16 mm y fílmico para que la tarea no se detenga. Crear dos, tres salas de proyección. El objetivo de construir 50 salas por todo el país. Donde lo importante era que entre el pueblo, que el debate fuera democrático.  
1976. Bs. As. Argentina. Villa del Bajo Flores. La proyección de Informes y Testimonios  sobre la tortura, película producida por el Cine de la Base de La Plata, es interrumpida a los tiros. Todo se vuelve confusión. Los cineastas toman sus armas. Los equipos, la cámara, la pantalla, el proyector las películas. Mucho material se perderá en la partida. El escape de la balacera propinada por el Comando de Organización del peronismo de derecha, se garantiza con la ayuda de los vecinos y militantes del barrio que guiarán a los jóvenes del Cine de la Base hasta estar a resguardo, atravesando pasillos y calles de la villa, cargando el resto de sus equipos hasta la salida de la barriada.
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El 27 de mayo de 1976 un grupo de tareas perteneciente al ejército argentino,  secuestró a Raymundo Glayzer, referente del Cine Social Latinoamericano. Fundador del grupo Cine de la Base. Militante marxista. Joven revolucionario. Plebeyo. Creador de un cine para no morir, sino para vivir. Su vida se fue en eso. Pero otros y otras vendrán y continuarán su ejemplo.












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