Opinión






   Cuando la sociedad no supo qué hacer con los elementos que ella misma creó (los indeseables, los enemigos de la paz, los que viven al margen porque no encajan en el modelo predeterminado de ciudadano) tuvo que crear lugares para estos hombres y mujeres “cortados verdes”, así nacieron las prisiones, los psiquiátricos, los reformatorios, etc.

   En esta oportunidad me voy a referir a los psiquiátricos, y no porque no tenga nada que decir sobre las otras instituciones, sino porque yo mismo viví la terrible experiencia de pasar por uno de esos “depósitos de gente”. Si bien en el 2011 se aprobó la Ley Nacional de Salud Mental n°266557, parece que hoy todavía esta ley no se cumple, o por lo menos, muchos de los que trabajan en estos lugares no están al tanto de esto. Y me refiero a aquellas personas que pasan más tiempo con los internados, los enfermeros y algún que otro psiquiatra. En el año 2011, como dije, tuve la mala fortuna de caer en el hospital, por un brote psicótico, a causa del abuso del alcohol y psicofármacos. Si bien los motivos para estar contenido eran varios, no creo que la derivación a uno de estos lugares fuera la mejor decisión tomada por mi familia. Ese mismo año los excesos ganaron terreno en mi vida, tengo claro que no estaba pasando por un buen momento y que mi entorno tampoco al verme así. Hoy de lejos lo puedo ver mejor. Mi historia de recuperación es muy larga, así que (si la tengo) la contaré.

   Volviendo al tema de los psiquiátricos, voy a contar la experiencia a la que me refería. El día que me llevaron, previo circo de patrulleros y ambulancias, llegué al hospital. Me sentaron en un consultorio vacío y frío. Esperé con la etérea esperanza de que al terminar la consulta me dejaran volver a mi hogar. Con el paso de los minutos mis nervios iban aumentando, y mis ganas de salir de ahí me invadieron. Hasta que al final entraron unos médicos con aspecto muy serio, aunque con una falsa sonrisa querían crear un ambiente amigable. Me hicieron preguntas tales como, con quién vivís, sabés dónde estás, cuántos años tenés, sabés que día es hoy, y todas preguntas similares. Trataba de explicarle que no tenía motivos para estar ahí, que me encontraba bien, pero los nervios y mis días de descontrol me jugaron en contra. Al cabo de unos minutos, los médicos se fueron, y al regresar dijeron que tenía que quedarme ¡Para qué! Mis nervios aumentaron y no podía hacerles entender que no quería quedarme ahí. Hasta que me mostraron un papel que decía que una jueza había decidido ya por mí, así nomás. Esa mujer, sin saber quién era yo (ni lo pensaba ni lo quería) dijo que tenía que quedarme. Me resistí, por supuesto. Pero el amable guardia me llevó directo a la enfermería. Sin más me dieron una inyección y adentro.

   Estuve internado unos veinte días interminables. Éramos aproximadamente unas treinta personas. Algunos dormían la mayor parte del tiempo, a los otros que estaban hace mucho los sacaban a dar un paseo por los alrededores del hospital, y los otros nos quedábamos adentro. No teníamos nada que hacer, ningún tipo de pasatiempo. Algunos hacíamos ejercicio por nuestra cuenta, y así el día se nos acortaba. Esperábamos las visitas todos los días. Los que teníamos la suerte de recibirlas, compartíamos las cosas que nos traían. Lo peor era cuando se iban y volvíamos a sentirnos solos. Los doctores pasaban cada tanto, y si pedíamos hablar con ellos las enfermeras pasaban de largo por la reja que nos separaba de la enfermería. Si pedíamos agua para el mate lo mismo, si queríamos bañarnos teníamos un solo baño con agua caliente. El patio daba al interior del predio del hospital, una reja nos separaba del exterior y otro alambrado más adelante, daba la impresión de jaula de zoológico. Una de las paredes daba a la parte de la sala de espera, donde la gente podía ver a los locos dando vueltas en un cuadrado, como animalitos. Por las noches en particular, la tristeza me invadía por completo, salía al patio y pensaba cómo poder salir de ahí. Mi cabeza daba vueltas, fantaseando con mil proyectos de fuga. Hasta que un día lo decidimos, y esa noche lo intentamos. Éramos dos los más interesados, los otros nos ayudarían.  Pusimos un banco largo en una de las paredes más cortas, y empezamos a trepar. Justo en ese momento el guardia de turno nos vio, y se frustró nuestro escape. Al que ya estaba en el techo, lo bajaron. Yo, en una rápida corrida me metí en una habitación ¿Y a que no saben lo que pasó? Muy enojada entró la enfermera del turno noche, y al que quiso fugarse, como a los que lo ayudaron, de castigo y para que vean los demás, los inyectaron a todos. Aparentemente esta persona no tuvo en cuenta el principio 8° inciso 2° de la Ley Nacional de Salud Mental, que dice “se protegerá a todo paciente de cualesquiera daños, incluidos la administración injustificada de medicamentos, los malos tratos por parte de otros pacientes, del personal o de otras personas u otros actos que causen ansiedad mental o molestias físicas”. O el principio 10° inciso 1 sobre la medicación que dice “la medicación corresponderá a las necesidades fundamentales de la salud del paciente, y sólo se administrará con fines terapéuticos o de diagnóstico, y nunca como castigo o para conveniencia de terceros. Con sujeción 11 infra, los profesionales de la salud mental sólo administrarán medicación de eficacia conocida o demostrada.” 

   Como podrán ver, el paso por estos lugares no es grato, está muy lejos de rehabilitar a alguien. Sólo basta con imaginar los tratos que reciben las personas que se encuentran en psiquiátricos con poblaciones altas y personal reducido, o los psiquiátricos privados donde la cosa se oculta más, por el hecho de que no puede ingresar cualquiera; pero esa es otra historia, de la que también tengo experiencia. El haber pasado por un psiquiátrico deja una marca en la vida que nunca se podrá olvidar. El sentimiento de soledad, sentir pasar los minutos como si fueran horas, las noches de vigilia, los gritos, la desesperanza, las miradas perdidas, son situaciones que hacen que uno valore los momentos en libertad, aunque nos olvidemos a veces. Sé que hay mucha gente que vivió lo que estoy contando, sé que hay mucha gente que sabe lo que pasa de muros hacia adentro.





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