Opinión


¿Nosotros los poetas?
Sí, nosotros los pueblos
Pablo Neruda
Sin duda, estos últimos doce años que han pasado en la Argentina pueden definirse como momento de grandes perspectivas históricas y de cambios con respecto a etapas anteriores. Sin estructurar nuestra historia en etapas rígidas, podemos hablar de momentos clave que han ido configurando nuestra identidad, nuestra manera de sentirnos habitantes del suelo argentino, nuestros sueños y frustraciones, esperanzas y apuestas de cambio. Esos momentos fueron escritos con victorias y también con derrotas, son las vivencias de un pueblo, las cicatrices que recuerdan para siempre una batalla, sea cual fuere su resultado.
Los grandes procesos de transformación están siempre signados por una fuerte revulsión cultural, en el sentido más amplio del término: una manera colectiva de ver el mundo, una cosmovisión, que puede entrar en crisis en un determinado momento, debido a muchos factores que se ponen en juego. Pero esto no significa que necesariamente se producirán cambios positivos para una sociedad. Nuevas miradas pueden guiar las nuevas transformaciones, convertirse en guía del proceso de cambio, o viejas formas pueden triunfar bajo disfraces nuevos, pero sin grandes pretensiones de transformación. Por lo tanto, existe una disputa estratégica para modificar o mantener el rumbo de las cosas: se trata de cómo entender nuestra historia y nuestra realidad para, desde allí, sacar las mejores conclusiones acerca de cómo modificarla.
Por supuesto, esta manera de sentir/ver el mundo, tiene una complejidad enorme cuando hablamos de la mirada de todo un pueblo, y no de unas pocas personas. Ahí existe un gran desafío, que es construir una cultura popular que nazca verdaderamente desde abajo, y no sea impuesta por una clase gobernante, es decir, por una parte minoritaria de la sociedad. La construcción de un sentir popular, de una mirada social compleja, es profundamente contradictoria, y contiene elementos de todo tipo. Algunos más conscientes, otros menos, otros que se ocultan en el inconsciente colectivo y se arrastran por cientos de años, mediante prácticas como las tradiciones por ejemplo, ahí donde el cuestionamiento de cómo funcionan las cosas es menos profundo. Por eso la creación de valores “desde abajo” (desde los barrios, desde los colegios, las universidades, los lugares de trabajo, desde el arte y la intelectualidad, en fin, desde la unidad y la actividad real de la gente en su vida cotidiana) tiene una fuerza productiva y una manera consciente de sentir el camino que se transita. Pero cuando un conjunto de ideas acerca de cómo funciona el mundo es propuesto por una pequeña parte de la sociedad y asumido por el resto sin sentirlo como parte del funcionamiento cotidiano de la vida (sea cual sea esa mirada de las cosas) la pasividad de esa construcción produce acatamiento, falta de crítica, falta de participación en la vida política, etc.
Comprender y ser parte del sentir del pueblo será fundamental para quienes intentamos transformar la realidad mediante tácticas y estrategias claramente dirigidas con ese propósito. Pero además de la comprensión hace falta una intervención concreta y constante que tenga sustento real, que se convierta lentamente en necesidad para todos (y no se proponga desde el principismo de creer que ya se ha descubierto la fórmula y ahora sólo es necesario difundirla al resto de las personas). Los cambios deben ser procesos, aprendizajes colectivos donde esté comprometida la voluntad de todo un pueblo, y su organización se disponga a llevar a cabo las transformaciones necesarias. Por eso, la dirección más eficaz pareciera cuando las cosas se realizan desde abajo hacia arriba y no al revés.

Las “direcciones” de la cultura popular.

En nuestro país, en 1976 la dictadura militar clausuraba un período de luchas populares que se prolongó al menos durante diez años de manera más organizada, pero que tuvo sus raíces en la resistencia peronista, a partir del año 1955, cuando la autoproclamada Revolución Libertadora (la revolución fusiladora, como la llamó Rodolfo Walsh) depuso al gobierno de Perón. Es importante reconocer las influencias que construyeron el ideario de aquellas épocas: la revolución cubana en 1959, la existencia de la Unión Soviética, la resistencia antiimperialista del pueblo vietnamita, la figura del Che recorriendo el mundo, los movimientos antibélicos, el mayo francés, la asunción de Allende en Chile, es decir, una serie de hechos que (sin estar necesariamente conectados) marcaron a fuego la conciencia de todos los pueblos del mundo, generando la sensación de que era posible transformar la realidad mediante la lucha y la organización popular. El socialismo se alzaba como bandera y como símbolo positivo de cambio, mientras que el capitalismo era la representación de los intereses económicos de unos pocos, la cara de la guerra, la ambición, y el sometimiento de los pueblos a la miseria y la esclavitud.
Alrededor de la revolución cubana se nucleaban, por ejemplo, los intelectuales más destacados de América Latina, como Gabriel García Márquez, Mario Benedetti, Ricardo Masseti, Rogelio García Lupo, Rodolfo Walsh, Ernst Hemingway, y Julio Cortázar entre otros y se convertía en ejemplo para toda una camada de revolucionarios latinoamericanos que se nutrían de esta experiencia novedosa. En América Latina se producían fenómenos culturales y artísticos de gran importancia: nacía una nueva vanguardia artística en las letras, las artes plásticas, la música, el teatro, se generaban nuevas formas de comunicación y transmisión de esas ideas que sacudían al mundo entero.
En Argentina, durante la década del 60’, también se producían enormes revoluciones estéticas y políticas en el campo cultural y artístico, que acompañaban y complementaban el proceso de transformación general. Experiencias como Tucumán Arde y Cine de la Base (por nombrar algunas) rompían con las normas convencionales para apoyar abiertamente un arte comprometido con la revolución; cientos de fábricas, colegios y hospitales habían sido tomados y puestos a funcionar bajo control popular; organizaciones políticas populares nacían al calor de las luchas en la calle, donde dirigentes como Agustín Tosco encabezaban experiencias como el Cordobazo, con una fuerte repercusión en muchas otras ciudades del país. La cultura se generaba desde lo mejor del pueblo, desde esa mirada plebeya que estaba dispuesta a dar la lucha por la transformación y la liberación de todo un continente que comparte desde hace siglos la explotación de sus habitantes, de sus tierras y recursos naturales, la aniquilación de su cultura, y el avasallamiento absoluto de toda idea libertaria.
Más allá de los balances que se puedan hacer desde nuestro presente (que por supuesto son muy necesarios), hay algo evidente: la cultura en aquellos momentos se construía desde abajo, colectivamente, activamente, participando en la vida política del país a través de organizaciones, centros de estudiantes, fábricas, hospitales, colegios, creando nuevas expresiones artísticas, comunicacionales, organizativas. Tomando como bandera experiencias de lucha de otros países, pasadas y presentes, y generando una amplia red que excedía los límites corporativos e intentaba proponer una dirección para toda la sociedad en su conjunto, una nueva visión de las cosas se expandía por todo el territorio. Pero en 1976, como decíamos, se clausura a fuego y sangre ese proceso creativo y de transformación social. Comienza a instaurarse en el país (y en todo el continente americano) el neoliberalismo, con sus recetas económicas, políticas y culturales. El sentido común reaccionario de la sociedad triunfaba, no sólo desde arriba, sino desde todas las direcciones. La complicidad de gran parte de la sociedad con la dictadura también fue parte de la historia. El miedo, la falta de compromiso histórico, el egoísmo, el sálvese quien pueda, el por algo será, y los argentinos somos derechos y humanos, fueron parte del cóctel que se construyó y ocupó el lugar central del pensamiento de nuestra sociedad varias décadas más. Aunque es necesario volver a mencionar que nunca es algo homogéneo, que los espacios de resistencia seguían construyéndose, la batalla estaba ahora muy lejos de la victoria, y una ola reaccionaria arrasaba a toda América Latina.

Llegaron los años 90’: la belleza del Shopping Disco Zen.

Sin duda, fue durante el menemato donde se solidificó la derrota de las luchas populares en nuestro país, y la cultura se convirtió en un show obsceno donde políticos, celebridades y vedets se confundían en un magma de dinero, poder y ostentación de las riquezas de unos pocos. La clase media jugó un rol fundamental, exacerbada por los valores individualistas que proponía el modelo de consumo: el dinero como nunca pasó a ser sinónimo de éxito, y la capacidad de consumir se traducía en capacidad de ser. Quien no tuviera dinero caía al margen de la sociedad, no existía, negado no sólo por el Estado o la clase política, sino por el conjunto de los actores sociales que todavía tenían asegurado algún ingreso y un lugar mínimamente digno en el escalafón social. El presidente de la nación se paseaba en una Ferrari y batía récords de velocidad en las rutas de Buenos Aires; la Secretaria de Medio Ambiente, Maria Julia Alsogaray, posaba desnuda en la revista Noticias cubierta por un tapado de piel; Marcelo Tinelli descollaba con grandes éxitos televisivos (que toda la sociedad seguía atentamente) donde se profundizaba la xenofobia, la misoginia, la homofobia, y se humillaba a la gente en público, pagándoles luego (en vivo) por los servicios prestados. La desigualdad social se incrementaba a la misma velocidad de una Ferrari, y la brecha entre ricos y pobres también batía nuevos récords. En los barrios, el accionar mafioso de la policía y la cantidad de muertes por gatillo fácil era alarmante: todas las instituciones se encontraban corrompidas, y la sensación de descreimiento era absoluta. En esa misma época, los pensadores posmodernos anunciaban el fin de la historia y la muerte de toda ideología. El pensamiento postmoderno se caracterizaba, entre otras realidades, por la pérdida de credibilidad de los relatos modernos, dando lugar a un mundo de individualidades compartidas donde los relatos son fruto del individualismo, la atomización social y la fragmentación vestida de color “multiculural”. La convivencia de las culturas, la coexistencia de muchos mundos en uno, el mestizaje en el mundo de la globalización, se proponía como un nuevo terreno de libertades personales, y del pensamiento atómico: habrá tantas realidades como interpretaciones posibles. Pero esta democracia de las ideas escondía en realidad su base fundante: un totalitarismo devastador, regido únicamente por las leyes del mercado. El unívoco valor de las cosas era el dinero. Es decir, habrá tantas realidades como se puedan pagar.
Pero al mismo tiempo comenzaban a organizarse en el norte del país los primeros movimientos piqueteros, trabajadores desocupados marginados a una pobreza feroz, que mostraban lo que nadie quería ver. Ahí también había una realidad, por más que se tratara de esconder la basura bajo la alfombra. A mediado de los años noventa comenzaron los cortes de ruta en Salta y Jujuy, como medida de protesta, y pusieron en jaque al gobierno del presidente riojano. Y cuando ya la pobreza extrema por un lado, y la ostentación por el otro se hicieron insoportables, triunfó en las urnas el discurso de la sobriedad y la austeridad: Se acabó la fiesta, o dicen que soy aburrido fueron las frases preferidas de Fernando De la Rúa para atacar al menemismo y su época de despilfarro.

2001: el futuro llegó hace rato.

Pero este nuevo mandato presidencial no torció demasiado el rumbo de las cosas, y mientras la pobreza seguía siendo insoportable, la clase media también comenzaba a sentir el azote económico del modelo neoliberal. Domingo Felipe Cavallo, Ministro de Economía de Menem, Finalmente, las medidas de “corralito”, las fuertes movilizaciones y el torpe anuncio del Estado de Sitio por cadena nacional produjo el 19 y 20 de diciembre de aquel 2001 una gran movilización popular donde se encontraron en las calles la clase media, los movimientos piqueteros y los trabajadores, en un reclamo que los unificaba. Las voces vinieron desde abajo esta vez, con expresiones como Que se vayan todos, o piquete y cacerola la lucha es una sola. En esos años se profundizaron los procesos asamblearios en barrios y plazas, y una nueva concepción de la democracia y de la política comenzó a nacer, mientras desfilaban los presidentes que duraban sólo semanas en el poder, y las clases gobernantes no encontraban la manera de solucionar la crisis de representatividad. Pero tampoco existía una alternativa popular que ocupara ese lugar. Así finalmente, luego de la masacre en el puente Pueyrredon, se adelantaron las elecciones presidenciales donde triunfó Néstor Kirchner, y el gobierno retomó una serie de medidas progresistas con la intención de reconstruir un sentimiento popular positivo, y la confianza en las instituciones democráticas que habían sido destruidas desde 1976 en adelante por todos los gobiernos de turno. La cárcel a los genocidas de la dictadura militar no es un simple acto de demagogia. Es una lucha importantísima que sigue pendiente luego de cuarenta años. Pero también las lecturas que hagamos de aquellos años de sueños y esperanzas que fueron derrotados es fundamental. Qué pasa por ejemplo con el capitalismo en nuestro país, con proyectos como Pascualama en nuestras tierras, o empresas multinacionales como Telefónica. Cómo se convierte la Ley de medios en una herramienta real del pueblo para encarar una forma de comunicación distinta, realmente democrática. Cómo se logra una participación real en la vida política del país de las mayorías y no de una pequeña porción de gobernantes. Mediante qué herramientas se construye un cambio profundo de nuestra realidad.
Hoy nos toca analizar cuál es el camino que debe seguir el pueblo argentino luego de ese 2001 y cuáles son las herramientas, los espacios de participación para que una cultura distinta comience a reconstruirse desde abajo, uniendo esas redes, esa base social que deberá caminar conjuntamente en busca de la profundización de un modelo que todavía no se ve con claridad hacia dónde marcha, cuáles son sus limitaciones y cuáles sus potencialidades. Cómo se construye una nueva mirada del mundo es un dilema que sólo podremos resolver como pueblo, si no esperamos que una clase gobernante lo haga por nosotros. De las luchas pasadas hay mucho por aprender todavía, mucho por corregir también, y banderas irrenunciables que otros compañeros y compañeras han sostenido con su vida desde los primeros años de nuestra existencia como nación hasta el día de hoy. Habrá qué ver cuán necesario es articular todas las expresiones de lucha, de organización, de resistencia, de creatividad, y cómo se reconstruye nuestra propia historia. Viejas experiencias nos pueden ayudar a encontrar algunos caminos, pero la imaginación y la capacidad propias son las que deberán conducirnos hoy como pueblo en la búsqueda de las transformaciones que nuestra sociedad necesita. Abrir espacios colectivos de participación, acercarnos entre sí los barrios, los trabajadores, los estudiantes, los artistas parece una tarea poco sencilla pero insoslayable. Todavía figuras como la de Macri, Scioli o Miguel del Sel en la política nacional actual son indicadores de cómo se encuentra el tejido social y cultural en Argentina. La secuela del menemismo todavía no ha sido derrotada, aunque hayamos dado pasos importantes para hundir definitivamente al neoliberalismo en nuestro país. Sin embargo, queda todavía un vacío por llenar, una alternativa popular por construirse, tomando lo mejor de nuestro pueblo, equivocándonos y arriesgando en el momento que sea necesario.

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