Opinión


   Sin duda, comienzan a explicitarse las nuevas estrategias de las derechas en América Latina. Decir “las derechas” puede ser cuestionado desde varios puntos de vista. Por supuesto, esta configuración en bloque que expresa a los proyectos neoliberales (que han perdido una dura batalla en el continente sudamericano) tiene matrices claras para toda la región. Su respuesta ha comenzado casi simultáneamente en estos países, y responde a los procesos generales de la historia de nuestro continente. Pues, a pesar de las particularidades de cada estado para resolver las contradicciones al interior de la sociedad, existieron siempre y siguen existiendo todavía líneas homogéneas, recetas aplicadas para el dominio de los recursos naturales y económicos del territorio americano. Así también, las luchas de resistencia han ido trasvasando los límites nacionales y orientando su acción en forma conjunta.
   Sólo a modo de ejemplo, se pueden citar las luchas revolucionarias del Siglo XIX, las cuales corrieron esta suerte de integración de los proyectos nacionales independentistas para enfrentar a la corona española, en momentos de crisis y repliegue del gobierno de Fernando VII (con la invasión de Napoleón en España). Toda la zona de influencia respondió y se organizó para lograr la independencia del viejo continente, con estrategias muy similares aunque variando en cada caso, dependiendo además de las fuerzas políticas concretas que asumieron roles de conducción en cada territorio, y de los conflictos internos que no faltaron entre los propios patriotas. Durante los años sesenta y setenta podemos verificar que algo muy parecido ocurrió en cuanto a la instalación de los poderes transnacionales: el proyecto neoliberal que finalmente triunfó (y aún no se retira a pesar de algunas cuantas batallas perdidas), lo hizo a sangre y fuego sobre todo el continente. La escuela de las Américas fue una experiencia muy importante para este triunfo, y puntualmente para los Estados Unidos, y marcó la amplitud del proceso, donde la apuesta estaba dirigida a imponerse política y militarmente sobre todos los países del sur, para así desarrollar el plan de dominio sistemático requerido para afirmarse como potencia mundial. La escuela funcionó en Panamá desde 1946 a 1984, donde se graduaron más de sesenta mil militares y policías de hasta 23 países de América Latina. Surgió como iniciativa en el marco de la Doctrina de Seguridad Nacional, y su objetivo central fue servir como herramienta para formar a las fuerzas represivas de las naciones latinoamericanas, para cooperar con los planes de Estados Unidos y repeler la influencia de organizaciones populares y movimientos sociales. Todo esto en el marco de la Guerra Fría entre las potencias aliadas y la Unión Soviética.
   Al iniciarse el actual Siglo XXI, las rebeliones populares que encauzaron estas derrotas de los proyectos neoliberales también estuvieron atadas a vectores de similares características. Las crisis provocadas por corporaciones que actuaron sobre todo el continente, como el FMI y el Banco Central, junto a las políticas privatizadoras encaradas por los gobiernos de turno, fueron el condimento indispensable para que las sociedades desarrollen anticuerpos en rechazo a dichas políticas, aunque encontrando respuestas diferentes en los distintos países. Entonces podemos diferenciar a un gobierno como el de Evo Morales en Bolivia, con una apuesta de transformación de la sociedad más radicalizada, a la de, por ejemplo, el Frente Amplio en Uruguay, o el gobierno de transición de Eduardo Duhalde en nuestro país, quien adelantó las elecciones luego del asesinato de dos militantes populares, Darío Santillán y Maximiliano Kostequi, por parte de la policía, y dio lugar al actual gobierno kirchnerista.
   En resumen, es posible sostener lecturas generales que van atando los procesos de los países americanos en un marco compartido de acción, aunque no debería caerse en lecturas superficiales que cristalizan posiciones a priori, y estereotipan el conflicto particular en favor de un análisis facilista. Si se puede sostener, como inicia el presente texto, que un neogolpismo comienza a actuar en forma sistemática sobre toda la región, los agrupamientos compulsivos nos pueden conducir a graves errores de lectura de nuestra realidad americana.
   En principio, habría que mencionar cuáles son los factores que permiten justificar la idea de una única política de derecha que se aplica desde fuera, con iguales métodos para todos los países, sin importar los contextos particulares. La configuración de este bloque antipopular cuenta en su interior, en todos los casos, con los dueños de la tierra y quienes obtienen grandiosas ganancias de su aprovechamiento. El caso de Monsanto en Paraguay es paradigmático. Según Sergio Giachino, (en www.diarioelargentino.com.ar), Monsanto es “el mayor vendedor mundial de semillas transgénicas en Latinoamérica, Estados Unidos y Canadá. Sus cultivos representan más del 90 por ciento de todos los cultivos transgénicos del mundo. Los cultivos resistentes a su herbicida "glifosato", como la "soja RR" (Roundup Ready) y el "maíz RR", sólo promueven la agricultura industrial de insumo-dependencia.” (08/06/2011). Además están presentes los medios hegemónicos de comunicación. Si volvemos al caso paraguayo, ABC Color, principal opositor al gobierno de Fernando Lugo, tiene características congruentes con el Grupo Clarín, y participan ambos en la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), al igual que sucede en México, por nombrar otro más, con Televisa. Y por supuesto, siempre acompaña esa murga desencantada que sigue soñando con un proceso de reorganización militar que ponga las cosas en su lugar, aunque este sea un planteo que ya no encuentra sustento por estos pagos (y los intentos incompletos o directamente fallidos en Ecuador, Honduras, o Venezuela dan cuenta de esto último).
   Entonces, por qué insistir sobre el carácter plural de “las derechas” en América Latina. Más allá de discusiones semánticas, lo que ha quedado claro con la manifestación de Hugo Moyano (desde los cortes hasta el paro de Camioneros que encabezó el secretario general de la CGT), es la compleja trama que se va elaborando a partir de las posibilidades concretas de oponer una resistencia mínimamente seria al gobierno de Cristina Fernández. En esa heterogénea manifestación participaron sectores de la izquierda tradicional (Altamira, Ripoll) el progresismo (Pino Solanas) y la derecha declarada (Cecilia Pando, Aldo Rico, “momo” Venegas). Y claro está, todos corrieron detrás de los miles de trabajadores que Hugo Moyano todavía es capaz de convocar por cuenta propia. Esta variada gama que se concentró en la plaza no alcanza por sí sola para desmentir que forman parte de una única estrategia funcional a los intereses neoliberales, aunque lo asuman o no sus protagonistas. Pero hay elementos que otorgan mayor ambigüedad a las posiciones maniqueas, como la falta de alternativa gremial con que cuenta el gobierno kirchnerista, que ha salido a la caza de Moyano sin una estrategia clara de construcción hacia el interior de su fuerza.
   Más aún, esta lectura forzada entre proyectos progresistas vs. La Derecha es escandalosa cuando personajes como Ricardo Casal o Daniel Scioli forman parte del proyecto nacional que se plantea como alternativa a esa derecha y representan a la policía más asesina del continente, o cuando funcionarios del gobierno nacional que también forman parte de las líneas ideológicas del kirchnerismo son agentes directos de emprendimientos extractivos relacionados directamente a la Barrick Gold: tal es el caso de los hermanos sanjuaninos Gioja, y de Jorge Mayoral, subsecretario de Minería de la Nación. Por otra parte, la construcción de los movimientos sociales está todavía verde para funcionar como herramienta de control del estado y menos aún, para sostener cargos propios. Sin embargo, gozan de una buena referencia hacia la sociedad, como quedó claro en la jornada del 26 de junio, a diez años de la masacre de Avellaneda, donde participaron miles de personas. Pero la referencia política está todavía vacante, a la espera de una alternativa democrática que termine de romper lo que la sociedad argentina apenas comenzó con las jornadas del 19 y 20 de diciembre de 2001.

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