Crónica


CRÓNICA DE UN  VIAJE AL PUENTE
                                                                 Por Josiana García

Foto: Jerónimo González


 En la estación Avellaneda, para cruzar las vías y salir a la avenida Pavón, hay que bajar una escalera. Los escalones están sucios. En el piso hay colillas de cigarrillos, vidrios, botellas, boletos del tren y todo tipo de envoltorios de golosinas y comida al paso. Hay un pasillo al final de la escalera, por el que se desemboca a un patio. Ahí, hace 10 años, cayó herido de bala Dario Santillán. En la pared del patio un mural dice: No están solos. Un poco más adelante, el hall principal de la estación. A la izquierda las ventanillas de venta de los boletos. A la derecha los baños. En el centro, un cartel. Ahí, hace 10 años, cayó herido de bala Maximilano Kosteki. En las imágenes de la represión, se puede ver cómo un policía arrastró el cuerpo de Maxi. Lo acercó al cartel y le levantó los pies. Maxi quedó con los brazos estirados y la mitad de la cara manchada con sangre. Ya estaba muerto. Hasta hace 9 años, el cartel era un mapa que indicaba las estaciones de la Línea General Roca. Desde el 25 de junio de 2012, es una escultura hecha de fierros, cadenas de bicicleta, tuercas y tornillos que dice “Estación Dario y Maxi”.

   Desde la Masacre de Avellaneda, las organizaciones sociales convirtieron a la estación en un lugar de memoria. Las paredes escupen historia. No hay un solo hueco en blanco. Carteles, murales, frases, fotos. Exigen justicia, le huyen al olvido, se comprometen a no perdonar y multiplicar su ejemplo.

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Foto: Jerónimo González
   1:45. A esa hora partió el Rápido Argentino con destino La Plata. Tomó Misiones hasta la avenida Libertad. Dobló en Champagnat y cuando cruzó la rotonda de Constitución, se fundió en la recta Autovía 2. A los pocos kilómetros, lo urbano perdió preponderancia y las luces de la ciudad se apagaron. A los costados, lo único que se veía eran las luces de las casas instaladas en la periferia norte de Mar del Plata.

   “Bienvenidos a la Terminal de La Plata”, anunciaba un cartel que se veía desde la plataforma. Eran las siete de la mañana del martes 26 de junio. Comenzaba a percibirse lo que en poco tiempo sería un caos de gente. A unas cinco cuadras, la estación de trenes de la que parte la línea General Roca. Ese tren recorre en poco más de una hora y media el trayecto que termina en la estación Constitución, en Capital Federal. Un tren blanco, con asientos negros acolchonados. En la puerta de la estación, dos hombres venden facturas y café. En una mesa armada con dos caballetes, despliegan cinco bandejas grandes llenas de facturas, tortas y sconnes.

   Antes de llegar a Constitución, el ferrocarril se detiene en la estación Avellaneda. En esa ciudad bonaerense habitan más de 340 mil personas. Forma parte del primer cordón del conurbano bonaerense. Limita con Capital Federal, Lanús y Quilmes. Sólo en esas cuatros ciudades, hay más de 4 millones personas. Cientos de miles de trabajadores usan a diario el tren para ir a trabajar. La ciudad fue un foco de conflictos obreros en la década del 70 y una ciudad piquetera durante fines de los 90 y principios de la nueva década. Para bajar en Avellaneda hay que gritar. Hacerse lugar para llegar a la puerta del tren. El momento es incómodo. Pero la gente del lugar está acostumbrada a mucho más con tal de llegar a tiempo para descender o subir a la formación.

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   Sobre la vereda de la avenida Pavón tres o cuatro vendedoras ofrecen unos panes con chicharrón que cocinan en unas parillas dispuestas unas a la de las otras. También hay chipá y sándwiches de milanesa con lechuga y tomate. Al doblar a la derecha, entre los empujones de los caminantes, se puede ver un cartel que cubre todo el frente de un local que está pegado a la estación. Ahí funciona un emprendimiento textil de una organización social. El cartel, son las caras de Dario y Maxi. Lo colocaron durante la jornada cultural que se organizó durante todo el 25 de junio. En el fondo, una pared blanca con las caras de Mariano Ferreyra y los caídos en la Masacre de Avellaneda.

   La jornada cultural y la vigilia de los 25 de junio reúnen experiencias de organización. Para los 10 años, medios de comunicación alternativos, con transmisión de radio y televisión en vivo; muralistas, cirqueros y músicos se sumaron a la actividad. Todo concluyó con la marcha de antorchas, en medio de la noche, hasta el puente Pueyrredon. Un campamento se instaló debajo de la mega estructura de cemento, por donde hace 10 años corrieron los que huían de las balas represoras.


Foto: Jerónimo González
   Al otro día, el acceso Mitre del puente amaneció cortado. Las organizaciones sociales comenzaron a concentrarse desde las diez de la mañana. El sol calentaba el asfalto. El cielo estaba despejado. Algunas ollas calentaban agua para el mate. De a poco, los militantes que acamparon abajo del puente fueron despertándose. A las once de la mañana la consigna fue concentrar en estación Dario y Maxi. De ahí partiría la movilización.


   Para el mediodía el sol pesaba sobre las cabezas. La columna no avanzaba. Se esperaba que más organizaciones llegaran hasta Avellaneda. Algunos se sentaron en el piso para descansar. Corrían los mates, las botellas de agua y los niños jugaban entre la gente. Los más ansiosos aprovecharon para fumar un cigarrillo y otros simplemente observaban a su alrededor. Banderas rojas, negras, de campesinos, feministas, piqueteros y universitarios flameaban con la brisa caliente que llegaba desde el Riachuelo. Cuando la manifestación avanzó, se encendieron bengalas rojas. El olor a pólvora recorrió las narices de todos. Las canciones de marcha, el agite, los bombos. Así, se llegó hasta el escenario emplazado en el puente. Estaba rodeado de cámaras de televisión. Hablaron Vanina Kosteki, hermana de Maxi; y Alberto y Leonardo Santillán, padre y hermano de Dario. Más de veinte mil personas los escucharon. Castigo a los responsables políticos de la masacre y prisión efectiva para el comisario Fanchiotti fueron las consignas comunes.

   Al finalizar el acto, la columna se desarmó. Algunos pasaron una vez más por la estación. Una última mirada por ese lugar en donde pasaron hechos históricos. Esa especie de santuario popular en el que se reza de un modo distinto. Una estación con destino de dignidad.

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