Informe: Falsas oposiciones. Los desafíos de la comunicación


FALSAS OPOSICIONES. LOS DESAFÍOS DE LA COMUNICACIÓN



   En las últimas semanas se ha venido tratando en diferentes medios la cuestión de la neutralidad, enfocada hacia el periodismo en particular, pero apelando a “la gente del común” (como suele llamar Víctor Hugo Morales a quienes no ejercen de políticos, periodistas o futbolistas) en general.

   El tema se confunde, a veces sin intención y otras intencionadamente, con algunos conceptos que sobrevuelan este mismo universo discursivo (sin hablar, por supuesto, del llamado “periodismo independiente” y su apelación a la objetividad desinteresada):, interés, posicionamiento político, objetividad, compromiso. En general este tipo de debates se realiza bajo el signo de la bipolarización, donde existen dos visiones fuertemente cristalizadas y en el medio hay posiciones indefinidas, que se pierden en grises que al discurso mediático no le resultan viables (y por eso mismo les exige definición).

   La gran polaridad es, sin duda, gobierno y oposición. Y a partir de ahí se construyen los discursos y se tejen las correlaciones en los medios. 678 es el programa televisivo que se plantea abiertamente como militante del proyecto nacional. A su alrededor acompañan otros programas, aunque no juegan un rol tan definido. En radio, la voz de Víctor Hugo Morales representa algo similar: son los periodistas que se ocupan de reproducir la línea política del gobierno. Sin embargo, no lo hacen desde un simple oportunismo, ni como empleados acríticos, como suele denunciarse desde visiones superficiales. El nexo es más complejo, porque se trata de periodistas que han encontrado una manera de sostener esa militancia estimulados por un tema puntual: ley de medios, lo que les significó también confrontar con los grupos hegemónicos de Clarín, La Nación y Perfil, sostenidos en el proyecto del gobierno nacional.

   Desde la oposición el reagrupamiento fue otro. Y actualmente se hace con movimientos torpes, y una ausencia notoria de cuadros en el campo periodístico. Se trata de personajes que han perdido una porción importante de consenso en la sociedad, justamente por tratarse de empleados de los poderes económicos. Y en verdad, este rechazo forma parte de la huella profunda de aquel diciembre de 2001 en nuestro país, y de ese Que se vayan todos, grito que también fue contra los periodistas de la propiedad privada, al decir de Enrique Symns. Resulta didáctica la comparación de dos fotografías, para notar las distancias: la cobertura de la muerte de Néstor Kirchner, donde 678 arma una asamblea con invitados provenientes de la cultura y los medios (de Héctor Alterio a Andrea del Boca) y la asamblea del actual programa televisivo de Jorge Lanata, Periodismo para todos, donde los periodistas de la derecha se juntaron para denunciar la censura, el atropello, y la persecución política. Alfredo Leuco, Magdalena Ruiz Guiñazú, María Laura Santillán, Fernando Bravo y muchos otros colegas entonaron un cántico de protesta que sonó muy poco espontáneo y generó algunas vergüenzas ajenas. “Queremos preguntar” fue la consigna.

   Los primeros festejaron el bicentenario y quieren inscribirse en una corriente periodística que retome los nombres de Mariano Moreno y Rodolfo Walsh (si lo logran o no, es parte de otro debate). Los otros, junto a los candidatos de la oposición política, hablan del centenario de 1910 como el modelo de país necesario: el modelo de un país que miraba a Europa y le daba la espalda al continente americano, donde los pueblos originarios fueron arrasados por los militares, donde participar de la vida de un sindicato o un periódico era causa de arresto, y donde se llegó al poder mediante fraude electoral. Por eso ciertas miradas se vuelven nocivas cuando igualan a los programas oficialistas con los canales privados de la derecha. Su historia, su lugar, sus objetivos, son bien distintos. Y en eso radica que quienes apoyan el modelo de construcción actual desde los medios, hayan ganado un fuerte consenso de la sociedad. Aunque no alcance con esto para democratizar los medios de comunicación, el cuestionamiento debe hacerse además sobre la propia capacidad de los sectores populares para generar proyectos comunicativos serios, y de los medios alternativos en particular para convertirse en una alternativa real. Por supuesto que son muchas las dificultades que esto encierra, y en eso radica el mayor desafío de quienes construimos desde estos lugares.

La gente del común

   Desde diversos espacios de militancia, desde movimientos sociales, desde colectivos de estudiantes, desde espacios culturales, desde organizaciones políticas, desde radios comunitarias, desde colectivos locales, también se construye política de medios (y el avance del gobierno en este aspecto demostró hasta qué punto son necesarios los medios de comunicación en la disputa política). Todo este conjunto heterogéneo de grupos militantes es una de las caras más invisibles de aquel diciembre de 2001. Surgió sobre todo de las prácticas asamblearias, y busca superar aquellas experiencias aunque todavía sufre una fuerte diseminación y una gran dificultad para materializarse como expresión política. Pero a pesar de estas dificultades, la necesidad de hallar nuevos canales de participación para la construcción de comunicación popular es innegable: la cobertura de la represión en Andalgalá es un ejemplo clave. “Desde las lágrimas de cocodrilo del grupo Clarín y el arco opositor, que se sorprendía a sí mismo apoyando un corte de ruta (en un claro gesto de demagogia y oportunismo político) pero sin plantear debates de fondo, hasta la banalización de los medios oficiales, que minimizaron el hecho represivo, y cedieron la palabra a las autoridades oficiales para dar las aclaraciones del caso, desmentir el uso de cianuro, relativizar la represión y cuestionar las medidas adoptadas por los ambientalistas.” (TLV n°1)
   
   El tema de la megaminería es un punto delicado para el gobierno, y los programas oficiales han mostrado una gran desconcierto a la hora de realizar una cobertura que cuestione incluso la gestión del propio gobierno. “Andalgalá, Santa María, Belén y Tinogasta (Catamarca). Y Amaicha del Valle (Tucumán). Lugares donde en los últimos cinco meses se repitieron represiones y detenciones sobre asambleas socioambientales que rechazan la megaminería. El Observatorio de Conflictos Mineros de América Latina (Ocmal) analizó la situación en todos los países de la región, con situaciones muy similares a las que se padecen en Catamarca, y resaltó puntos comunes para todo el continente: “Los Estados han aceptado cumplir el rol de guardianes del sistema extractivista protegiendo sus intereses a costa de la integridad, seguridad y derechos de las poblaciones nacionales. La criminalización se torna una práctica común tanto en gobiernos neoliberales como en los llamados ‘progresistas’”. ( “El conflicto minero” Darío Aranda, Página/12). 

   Detrás de estas noticias también subyacen otros temas estratégicos, que necesitan de miradas que superen la bipolaridad entre el gobierno y la oposición, donde el objetivo de fondo sea dilucidar y resolver los temas de importancia para toda la sociedad. El debate de la democratización de medios atraviesa momentos clave en la historia de nuestro país, y tiene relación directa con la cuestión de la soberanía popular. Por eso hoy el debate de la revolución se reactualiza. A doscientos dos años de aquel mayo de 1810, y a tan sólo once años del 19 y 20 de diciembre del 2001.