LA CULTURA PLEBEYA DE LOS NOVENTA
Por Damian Ferreyra
Sí, señores, algo muy escandaloso, muy escandaloso. La cultura plebeya: esos valores que se construyen desde abajo, desde esa enorme porción de gente que es ni más ni menos que el motor de la sociedad y aún no lo sabe, o lo sabe a medias. Lenta y silenciosamente se construye esa cultura. Nace arrastrándose, como una babosa. Se hace de aprendizajes y errores, de dolores y alegrías, se hace con sangre, por supuesto. Y con paciencia y con ansiedad. Y así se construye su horizonte.
¿O acaso las sociedades no necesitan de mitos para seguir adelante? Bueno, ahí estaba Patricio entonces. Sí, Patricio Rey, la marca del under en un mundo colonizado, de figuras que evitaban los medios y llenaban estadios.
Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota fue durante la infame década del noventa un acto de resistencia, un grito, una cadena rota, una bofetada a la bestia pop, una bandera roja, un acto de libertad, y de fiebre. Patricio Rey, nuestro mito, fue volver a conocernos: en los recitales nos vimos las caras. Pibes y pibas de los barrios con su porro, y su alegría y, ¡que salga el indio y todo el año es carnaval! Los solitarios, las rollingas, los que usaban el buzo negro con una fotografía del gran pelado místico, los que llevaban una camisa, los laburantes y los desocupados, esa enorme masa plebeya, con sus lomos doblados por el poder y la corrupción del menemato, con su bronca contenida por años de dictadura, de indulto, de latigazos, de felices pascuas, de soberbia, de atropello ¿O no nos hartamos de esa vieja cultura frita? Esa cuantiosa y obediente plebe se encontró cantando a coro sus penas. El humano roto y mal parado estaba ahí, desobedeciendo a la infantería, que cercaba la convocatoria con su teatro antidisturbio. El pogo libertario de miles no fue poca cosa para tomar conciencia de la potencia oculta en la unidad.
Patricio Rey fue un grano de arena más para que muchas personas nos reconociéramos como iguales. Fue ese lobo debajo de nuestro disfraz de cordero. Nos apeló a caminar por una misma vereda. Por la vereda que hicimos con nuestras propias manos. Cultura plebeya, esa conciencia profundamente colectiva acerca de quiénes somos, esa memoria de dolores que no cicatrizan. El rock recorrió las almas con sus acordes beillinsonianos, la fiesta comenzó, Patricio Super Show, algo muy escandaloso. Sí señores.
Patricio Rey fue un grano de arena más para que muchas personas nos reconociéramos como iguales. Fue ese lobo debajo de nuestro disfraz de cordero. Nos apeló a caminar por una misma vereda. Por la vereda que hicimos con nuestras propias manos. Cultura plebeya, esa conciencia profundamente colectiva acerca de quiénes somos, esa memoria de dolores que no cicatrizan. El rock recorrió las almas con sus acordes beillinsonianos, la fiesta comenzó, Patricio Super Show, algo muy escandaloso. Sí señores.
El gatillo contra Bulacio, la desaparición de Luciano Arruga, diciembre de 2001. Nuestras víctimas y nuestra sangre se va mezclando, de fondo suena la música. La poesía revive a los muertos antes que la noche se haga añicos, y nos revela nuestra identidad en el camino hacia la construcción de cultura popular.