Cultura Plebeya




   Las jovencitas piernas de Faud no llegaban a tocar el piso, mientras él se sentaba en su sillita de madera. Su atención se desviaba por los movimientos de su madre, la cual dividía esfuerzos entre revolver la olla con puchero del mediodía y la improvisación de su próximo radioteatro. El joven Faud con sus pantaloncitos cortos, camiseta y saquito apretado al cuerpo, sonríe, le hace bien ver a su madre en esos movimientos, la observa, la mira, la imita en sus movimientos cuando baja de su silla. El puchero del mediodía está listo, al joven Faud se le caen las babas, no recuerda cuándo fue la última vez que comió un puchero con tanto sabor y olor como el que tiene delante suyo. La joven madre deja de lado el trabajo dramático para dar de comer a su pequeña crianza. El padre no está. Se fue. Se marchó dejando de lado su familia, sin importarle nada. El joven Faud nunca lo olvidaría. Siempre estaría deseando la aparición del padre que lo abandona. Faud y su hermano comen puchero, atragantados, con hambre, comen y la madre los mira, ella sonríe, deja de lado su plato. Los niños levantan la mesa. La sobre mesa será el escenario para las improvisaciones de la madre, combinadas con anotaciones en una libretita que al joven Faud siempre le llamaría la atención. El oficio de la madre dejaría para siempre una huella imborrable en los niños. Faud y Zuhair, niños, pobres, provincianos, huérfanos de padre y con una madre que se rompía el lomo para que a ellos no les faltara el plato con comida. Ese era el escenario de aquella casa vieja de barrio pobre en lo más profundo del interior de un país desigual e injusto. Mendoza. Lujan de cuyo. La pobreza que golpea a la puerta. El hambre y la miseria. La madre actriz. Escritora de radio teatro. Los niños a la calle. A laburar.  A lustrar botas, a trabajar en la calle de lo que sea, de lo que se pueda, el niño solo que se encuentra en la calle perdiendo su niñez, su infancia, el niño pobre y solo que piensa en su madre y  en sus textos e improvisaciones, piensa a su madre sobre un escenario, se piensa él sobre el tablón, interpretando textos y canciones. La pobreza del niño solo. La mendicidad y el robo. La pobreza y el robo. El niño solo, llevado al internado. La bronca, la pelea, el niño solo y revoltoso que piensa en el afuera, en la libertad de la calle, en la libertad de caminar bajo el sol con sus pares, pibes de la calle, del puchero y el abrigo abajo del puente. Las revueltas en el internado, lo suspenden o lo expulsan. La salida está en la capital, en la gran Buenos Aires, la ciudad de las luces que obnubilan al joven Faud que sabe lo que quiere, quiere a su madre, quiere a su hermano, quiere una vida mejor para él y los que quiere y lo quieren. A las piñas con la pobreza y la miseria. La capital abrigará al joven que llega a la estación de retiro pidiendo monedas con un viejo uniforme de la marina, que despista a los giles. El niño solo ya es un adolescente, a las piñas con el que lo quiera correr de su parada en la estación. El provinciano pobre se la banca y no perdona que lo aprieten. El joven mendigo venía con sus papelitos bajo el brazo, la capital como ese anhelo en el cual poder concretar algún trabajo como actor, como guionista, como músico.
   Artista de barro, curtido en lo más profundo de su pueblo pobre, autodidacta, mirón, curioso, observador, atrevido y trabajador. El niño y joven Faud ya es un adulto, pintón, morocho, guapo y bien parecido, sus dotes de actor son los primeros que le darán de comer. De la mano de quien será su amigo y maestro, el mendocino, comienza a realizar sus primero trabajos como actor en películas de la década del 50.  El Secuestrador, Fin de Fiesta, Martin Fierro, todas como actor y de la mano de su gran amigo, compañero y maestro Leopoldo Torre Nilsson. El joven Faud ya es Leonardo, es ese actor bien parecido que al mismo tiempo que actúa, prueba su voz en el canto de la balada romántica que, con su áspera y cálida voz, recorrerá Latinoamérica. Sus escritos están dispersos, sus primeros guiones escritos por todos lados, bajo la influencia de todos los estados de ánimo que provocó su infancia pobre, la hermosa y alentadora figura de su madre, su paso por el orfanato y la dura vida de la calle y el delito juvenil.
   La luz está lista, el fotómetro da la calidad que se necesita, el encuadre está preparado para que la cámara haga un recorrido de arriba a abajo, los actores están preparados, son niños, niños que recrean la dura vida del orfanato, detrás de las cámaras y con la dirección en sus manos está Leonardo Favio, ese joven provinciano que hace su primer experiencia como director cinematográfico, el film es Crónicas de un niño solo, el niño solo era él, el que estaba dirigiendo el film, ese niño que recordaba su dura infancia y juventud, tomas y plano irreconocibles en el cine argentino de los 60. Planos y contra planos, movimientos de cámara, silencios que parecen asfixia, el uso y el manejo de la luz que lo diferenciaba de cualquier director de su época.
   Obsesivo en su rol, con ojo de un genio, con la humildad de una gran persona que se entrega al trabajo que lo apasiona. Este es el romance del Aniceto y la Francisca, de cómo quedó trunco, comenzó la tristeza y unas pocas cosas más. Considerada la mejor película de la historia del cine argentino. Filmada en un pueblo pobre del interior del país, más de su vida en sus películas, la historia de amor trunca por la traición, la ambición, la pobreza y la sangre derramada. El crujir de un gallo contra el pico de otro, la pelea de riña a muerte, la pobreza de los personajes y el triángulo amoroso reprendido en la vieja argentina de los 60. El Dependiente, film blanco y negro, considerado de los mejores de nuestro cine, la potencia de los actores, movimientos de cámara irreconocibles, un guion áspero y visceral, la historia de un miserable, condenado por la moral y las buenas costumbres, una vida de miseria y angustias por creencias arcaicas y dolorosas. El Dependiente de un viejo que lo somete a la rutina de una vida aburrida y miserable, el desenlace menos esperado con una puesta de cámara que llevará un recorrido de metros de una sola toma, para salirse de su eje y llevarnos camino al fin del film. Imperdible, impecable, fundamental. Juan Moreira, Nazareno Cruz y el lobo y Soñar, Soñar, son el tridente de films que Favio realiza previo a su exilio. El tratamiento popular de mitos, historias, o grandes figuras plebeyas de nuestro pueblo. El gaucho laburante y perseguido de Juan Moreira, el mito popular del séptimo hijo que se convierte en lobizón de Nazareno Cruz y el lobo, y la figura de los artistas trotamundos y rimbombantes de Soñar, Soñar, poniendo a actuar a Carlos Monzón. En ese lugar radicaba la genialidad de Favio, la diversidad de historias, de guiones, de actores, dirigiendo no actores, montando escenas de lo mas diversas, el niño que se hace lobo y lucha hasta la muerte contra sus perseguidores, dando la vida por una historia de amor ante la presión de mandinga. El gaucho matrero, Juan Moreira, gaucho guapo y trabajador que no se deja arrastrar por la opresión policial. La jugada del hombre miserable de pueblo que quiere dejar de lado su vida pueblerina, aburrida y coloquial, el hombre que se va a Buenos Aires a trabajar de artista, dos locos lindos, fenómenos de circo, dejar el pueblo aburrido y miserable por la pelea en las calles porteñas. Música, luces, lenguaje cinematográfico, actores que dejan su huella, el cine de Favio es popular por sí mismo, no por vulgar o común, sino porque supo condensar lo que el pueblo lleva como identidad construida a lo largo de su historia y en los films eso está presente, lo popular puesto al servicio de lo poético, no lo popular entendido como bajada de línea ni de escuela que adoctrina, lo popular como un medio para un fin, lo popular al servicio de lo poético que construye identidad, pasión e historia.
   La llegada del viejo era un hecho, se venia de España luego de dieciocho años de proscripción, de prohibición, dieciocho años de prohibición sobre un pueblo que no veía a su líder, a su referente, el general de los trabajadores. Vamos a Ezeiza que vuelve el viejo. Vuelve Perón. La fiesta se palpita, se siente, se necesita, dieciocho largos años de un pueblo que lloró a escondidas la ausencia de su jefe, dieciocho largos años de un pueblo luchando, resistiendo en la clandestinidad, padeciendo persecución, torturas, fusilamientos. Dieciocho largos años en el que un pueblo seguía esperando la llegada del viejo. Vuelve Perón, Ezeiza iba a ser una fiesta, Leonardo Favio al frente del palco seria el locutor de una fiesta de masas, de millones. Los disparos comienzan, las corridas, el fascismo apostado en el palco, la juventud maravillosa cuerpo a tierra por el campo escapándole a la bala de derecha. Favio pide cordura, paz, que se cante el himno, que paren por favor, que la cosa iba de fiesta y el fascismo lo arruina todo con sus ansias de muerte. Jóvenes capturados y torturados en un hotel, el portazo se siente, se escucha, el mendocino joven, guapo y peronista no soporta ese sufrimiento, ese suplicio de compañeros peronistas torturados en manos de sicarios y mercenarios. Si no paran ya, me pego un tiro, me suicido aquí mismo, les desliza Favio a los simios que maltrataban a los jóvenes maravillosos que esperaban la llegada de su líder.
   El largo brazo del fascismo de marzo de 1976 también perseguiría a Leonardo, el cual se tendría que exiliar en Colombia, siendo el lugar en el cual se asienta para desde allí realizar giras y vueltas por toda América latina de la mano de su carrera como cantante. Una excelsa voz, su dulzura y calidad lo llevarán a ser un reconocido cantante de la canción romántica latinoamericana. Fuiste mía un verano, Leonardo Favio, Vamos a Puerto Rico, Favio 1973, Hola Che, Era... cómo podría explicar, Este es Leonardo Favio, Nuestro Leonardo Favio, Hablemos de amor, En concierto en Ecuador, son algunos de sus más reconocidos discos de aquella época del largo exilio y de su carrera como músico solista. Pegar la vuelta y llegar a la argentina nuevamente con el dolor de los compañeros muertos, de los amigos desaparecidos, con la angustia de la muerte de los amigos y amigas que daban la vida por la patria socialista, por el peronismo revolucionario. La vuelta con Gatica el mono, la película de la vida de ese negrito plebeyo, camorreo y pelador, pobre y peronista, que dejó su vida en el ring y se apasiono con el peronismo, jeteando a sus detractores y llorando lágrimas por Eva y el General, la vida de otro pobre del interior, sangre y banderas de Perón. Preciosa, emotiva, fundamental, imprescindible para la filmografía de Favio.  Perón sinfonía del  sentimiento, una película documental fundamental para la historia de nuestro país, para comprender nuestro Siglo XX cambalache, y para comprender el peronismo. Favio toma postura de quienes son los peronistas que él reivindica, por si hacía falta aclarar de qué lado estaba en los noventa y de qué lado había estado en el pasado. Perón, sinfonía del sentimiento, realizada en memoria de Héctor J. Cámpora, Hugo del Carril, Ricardo Carpani, Rodolfo Walsh, los trabajadores, los estudiantes y el Grupo de Cine Liberación, Fernando Solanas, Gerardo Vallejo y Octavio Getino. Lo último que hizo fue Aniceto, una versión de su propia película considerada la mejor de nuestra cinematografía. Bailarines y actores en una opera romántica con final trágico, filmada dentro de un estudio, con Leonardo allí sentado, al ladito de los actores, mirando, dirigiendo, observando, riendo, marcando una acción, feliz, riendo como un chico, como el niño solo que luego de años de vida, de lucha, de militancia, de amor, de persecución, está en el set haciendo su obra fundamental, la mejor que podría haber hecho. Viejito, enfermo, dejando su vida en el cine y el canto. Las luces y las cámaras de Aniceto siguen estando a la vanguardia, el set de filmación que recrea ese pueblo pobre del norte, los gallos que meta pico y pico se sacan los ojos por sus pobres dueños. Les gustan los gallos, yo sé mucho de gallos, el romance vuelve a quedar trunco, la tragedia baja el telón una vez más.  No hay un solo director de cine como Favio en nuestras tierras. Lo sé, es subjetivo, como estas líneas que pretendieron homenajear a este tipo guapo, pobre, provinciano, actor, guionista, cantante, compositor, militante, luchador, cineasta, director, peronista, hijo, padre, amigo y hermano. Leonardo Favio, se me caen las lágrimas mientras te lloro pensando en que a los grandes como vos se los recuerda con alegría, con amor y compromiso. Perdoná si al evocarte se me pianta un lagrimón ¿Cómo se llora la partida de alguien que nunca se conoció? Se llora como si fuera un hermano, un amigo, un compañero. Favio amigo… Adiós y buena suerte y, si hemos de ser amigos, he de darte palmas.

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